Nada mejor para empezar este año que hablar de poesía y poetas. Cuando yo era chiquito había en Medellín una revista incomparable (sic). Se llamaba Acuarimántima, como el poema de Porfirio Barba Jacob, aquel que clama no sin despecho y amargura: “Vengo a expresar mi desazón suprema / y a perpetuarme en la virtud del canto”. Los poetas jóvenes publicaban allí y sus lectores, empedernidos azotacalles del centro de Medallo, amábamos sus escritos. Y no queríamos ni podíamos olvidarlos.
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Entre todos había uno que no era universitario, ni intelectual, ni santo, ni demonio: Helí Ramírez (1948-2019). Trabajador del Instituto de los Seguros Sociales, vivía en el barrio Castilla, una comuna al noroccidente de la ciudad. En sus libros abundaban amores, muertes, traiciones, vicios, esperanzas, odios, desamparos. “De las ilusiones que me hago a alguna llego. / Yo no nací para morir antes de estar muerto. Olvídese. Así / como no me quedé en la pared de una esquina pegado de grafiti / en fondo de pantalla para un video. / Nada está perdido para mí”.
Versos sin rima, pero con la cadencia inconfundible de la vida ordinaria, la vida callejera, la vida sin sentido. Un tempo ancestral, turbio o hermoso. Yo los releía y a veces me preguntaba cuál sería la música detrás o debajo de tantas verdades. A principios de los 90, llegué a creer que los poemas de Helí muy bien podían ser letras de canciones de hip-hop. Tal cual.
Han pasado años y ahora descubro que esos versos callejeros entroncan a la perfección con los temas de rap de AlcolirykoZ, un grupo del barrio Aranjuez, en una comuna de las laderas nororientales, casi diagonal a Castilla, río Aburrá de por medio. ¿Quiénes son? Dos primos y raperos, Gambeta y Kaztro, junto a su vecino DJ Fa-zeta. No son alcohólicos como pensarán los mal pensados. Son poetas que musicalizan sus estrofas. ¡Y qué estrofas! Ojalá una paginita de mis novelas tuviera la ruda belleza de los versos de AlcolirykoZ. Digo “ruda” a propósito. Porque así los conocí. Con Baño de ruda, temazo sobre las fiestas de Navidad en Aranjuez: “A reír, que nacimos llorando”.
Música de neas, por neas y para neas. Según Wikiccionario, nea es “persona de muy mal aspecto y peligrosa, debido a su ignorancia”. ¡Ja, ja, ja! Qué irrespeto. Para mi gusto, los neas son como los mismísimos cronopios de don Julio Cortázar. Piensan, hacen o hablan como les da la puerca y reverenda gana: iconoclastas, contestatarios, descamisados con tenis o botas de primera línea. Peludos y tusos, afros o calvos, barbados y lampiños, desgualetados, como decían las abuelitas. Ellas, las neas, no son ni se sienten segundo sexo: fuertes, tesas, ingobernables. Unos y otras no creen ni poquito en el presunto “Gran Colombiano”, Excelentísimo Señor Presidente Eterno, Señoría Álvaro Uribe Vélez, también Cojón de Oro del Casanare. A mi modo de ver las cosas, la mayoría del pueblo es nea. El novelista de Aranjuez, Gilmer Mesa, refleja sus andanzas a las mil maravillas en La cuadra (Penguin Random House, 2016). Gracias a diosas y dioses del siglo XXI hoy en día todo tiene que ver con todo: poesía con música, música con literatura, ficción con realidad. De todo corazón les recomiendo un baño de ruda. ¡Feliz 2022!
Rabito: “No llores ya pasaste las peores / no guardes comida ni rencores”. AlcolirykoZ. Baño de ruda, 2021.
Rabillo: ¡Neas de todos los países, uníos!