Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La gente ama a los canallas. ¿Gente? “El vulgo ignaro”, según le gustaba escribir a Alberto Lleras Camargo. El populacho. “Gentecita del montón”, a lo Roberto Rubiano Vargas. La ciudadanía. Nosotras y nosotros, ordinary people, comunes y corrientes. Todos a una. ¿Y qué es un canalla? Un tipo ruin y despreciable, de mala o pésima conducta. Un individuo que única y exclusivamente piensa en sí mismo, menosprecia a los demás y se cree el ombligo del mundo. Sin juicios de valor, los canallas dan asco. Son oscuros, mediocres, solemnes. Peores que una pesadilla.
El canalla no respeta a nadie ni a nada. Para él, su palabra es la ley, su voluntad es inapelable e indiscutible, su verdad es la Verdad, su opinión es infalible. Miente, grita, manipula, vuelve a mentir, chantajea, amenaza, gesticula, hijueputea, miente de nuevo, engaña, traiciona, humilla, desprecia, fanfarronea de su coraje, se carga de tigre, se descontrola, tuitea día y noche, ve fake news hasta en sus propias noticias, miente por enésima vez. Una lacra.
Entonces, ¿por qué la gente ama a los canallas? Porque también somos canallas. Nos creemos criaturas de los dioses, pero apenas somos unos virus venidos a más en un planeta venido a menos. Soñamos con un padre autoritario, que nos dé fuete a toda hora, que nos rompa la cara, maricas, que nos obligue a marchar en silencio, que nos castigue al menor gesto de rebeldía. Alucinamos con el caudillaje de un macho alfa sin escrúpulos. Nos arrodillamos ante los matarifes o los bravucones. Queremos látigo. Alguien que nos haga sentir minúsculos, sumisos, creyentes. Alguien que se nos parezca. Alguien con el que podamos identificarnos sin temor.
¿Qué varón no fantasea con ser multimillonario y poderoso, escoltado en el trabajo por mujeres bellas o sexys, y una maniquí en tacones stilettos esperándolo en la casa? ¿Qué hembra no sueña con un marido rico, polvo de gallo, al que las otras hembras acorralen sin recato?
Un canalla es la proyección de nuestras almas hipócritas y enfermas. Nos redime de culpa, nos exime de indisciplinas. Los canallas nos ponen en santa paz con los jirones más tenebrosos de nuestro ser. Amar a un canalla nos inhibe de envidias y rencores. Amar a un canalla nos sublima el odio y la venganza o la mezquindad y la suciedad. Amar a un canalla nos libera. Da asco lo que digo: es verdad.
Cada pueblo tiene al canalla que se merece. ¿Cuál conciencia ideológica? ¿Cuál raciocinio político? ¿Cuál solidaridad? ¿Cuál democracia? ¿Cuál dignidad? ¿Cuál inteligencia? El pueblo aceptó con palmas y vítores a Adolf Hitler y al partido nazi. Benito Mussolini se volvió Duce con miles de votos pueblerinos. El coronel Hugo Chávez ganó todas las elecciones a las que se sometió. No, que fue por la propaganda. Que fue por la oratoria del calvo sin hígados. Que fue por el carisma del militar golpista. Que fue que. Nada. Cada canalla tiene el pueblo que seduce. La gente ama a los canallas: Trump o Uribe. Que entre el Diablo y escoja.
Rabito: “La dignidad de una generación consiste en emplear su criterio para discernimiento de lo heredado, defendiendo, impulsando, mejorando lo sensato y sabio, y disminuyendo, en lo posible, lo torcido y lo maligno”. Su Excelencia Venerabilísima Laureano Eleuterio Gómez Castro, presidente de Colombia, 1950-1951.
Rabillo: “Sólo quiero decir una cosa; he ganado y he perdido, pero ganar es lo más divertido”. Richard M. Nixon, presidente de Estados Unidos de América, 1969-1974.
