La semana pasada, a sus venerables 94 años de edad, murió en Leblon, al sur de Río de Janeiro, el patriarca de la literatura brasileña contemporánea y uno de mis profetas literarios: José Rubem Fonseca.
Nacido en 1925, en Juiz de Fora, Minas Gerais, vivió casi toda la vida en Río de Janeiro. Se graduó en Derecho y, antes de dedicarse a la literatura, fue comisario de policía en una favela pobre y violenta. Sus primeros cuentos reflejan aquel entorno con la misma sordidez de la realidad: seres desamparados, hambrientos o sedientos de justicia, salvajes, humanos. Durante más de 50 años vivió en el anonimato. Pero la fuerza de su personalidad arrasaba y su carisma irradiaba esperanza, a pesar de la rudeza de sus escritos.
No me acuerdo cuándo empecé a leer a Rubem. Fue amor a primera vista. La inclemencia de sus narraciones me fascinó, un veneno tierno, valga “la incoherencia esquizoide intrínseca”. Una de mis alegrías como escritor fue que mi novela I love you putamente, 2007, saliera publicada por Norma en la misma colección en la que aparecían las obras de Fonseca. ¡Vana gloria, pero es mi gloria!
Rubem enfoca el mundo con altivez, sinceridad y escepticismo. Sus novelas escarban dentro de los personajes hasta diseccionarlos sin prisa ni compasión. Luis Fernando Afanador le dedicó su primera reseña en la revista Semana. Entre otras cosas, destacó su conciencia sobre el contraste entre realidad y ficción, entre la vida ordinaria y la palabra escrita. En cuanto al cogollo de todo relato policial, Afanador escribió: “Buscar el asesino para restaurar la ley, el orden quebrantado, es un proyecto válido en la cultura anglosajona. No así en las deslegitimadas sociedades latinoamericanas donde la ley no parte de un consenso sino de la imposición de un poderoso”. Algo clave para entender, amar o releer a Fonseca.
Si tuviera que decir cuál es mi libro preferido de Rubem, respondería con una obviedad infantil: ¡todos! El amor fanático es así. Acá intento una lista, para antojarlos. Lúcia McCartney, 1967, su tercer libro de cuentos: descarnado y brutal. El caso Morel, 1973, la historia rocambolesca de Paulo Morel, seudónimo de Paolo Morais, un artista que en prisión decide volverse escritor. Feliz año nuevo, 1975, censurado por la dictadura militar: “Exterioriza asuntos contrarios a la moral y las buenas costumbres”.
El cobrador, cuentos de 1979: presenta a Mandrake, abogado penalista, una de las criaturas más emblemáticas y entrañables de Rubem. En El gran arte, 1983, Mandrake brilla con esplendor: una novelaza sobre los bajos fondos de la alta burguesía. Bufo & Spallanzani (Pasado negro), 1986: contrapunteo entre el escritor Ivan Canabrava y el comisario Guedes sobre el asesinato de la hermosa y sensual Delfina Delamare.
Vastas emociones y pensamientos imperfectos, 1988: tour de force alrededor de Caballería roja, colección de cuentos del escritor soviético Isaac Babel, fusilado por orden de Stalin en 1940. Agosto, 1990: el comisario Alberto Mattos, trasunto del mismo Fonseca cuando fue policía, termina envuelto en los acontecimientos que siguieron al suicidio del presidente Getulio Vargas, en agosto de 1954. Y así cuentos y cuentos, novelas y novelas. ¡Oh, Zé Rubem, santificado sea tu nombre!
Rabito: “En mis libros, si un hombre y una mujer están a solas y ella se quita la ropa, ocurre algo”. Rubem Fonseca. Bufo & Spallanzani (Pasado negro), 1986.