Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
El fin de semana el candidato presidencial del Centro Democrático, Óscar Iván Zuluaga, sacó una declaración pública anunciando que no se unirá a la Coalición de la Experiencia. La figura resulta, cuando menos, extraña. No se entiende muy bien por qué Zuluaga sale a decir que no participará en esa consulta, tratando de presentar el asunto como una decisión autónoma, cuando la realidad es que no va a llegar a esas filas no porque no quiera, sino más bien porque no lo recibieron. Todo lo demás es carreta. Es como si yo citara a los medios para contarles que, por lo pronto, no estoy interesado en un noviazgo con Kendall Jenner.
La puesta en escena, tan improbable hace cuatro años, es un retrato casi perfecto de cómo ha cambiado el panorama político para el uribismo desde que Iván Duque llegó al poder. Lo que hay es un salto del cielo a la tierra. En las elecciones pasadas el Centro Democrático, partido que lleva estampada en su logo la silueta de Uribe, era el amo y señor de las fuerzas de derecha.
En ese entonces, para que un candidato tuviera chance de ser elegido tenía que demostrar que contaba con el beneplácito y la bendición del expresidente. Tan clara era la cosa que en los debates para ganarse la nominación del partido llegamos a ver preguntas del corte de: “¿Cómo se llaman los nietos de Uribe?”, “¿cuál es su talla de zapatos?” o “¿cuántos pares de Crocs guarda en el clóset?”. Ya elegido candidato, para poder conquistar la Presidencia, en apenas unos meses, Duque tuvo que decirle adiós a su estilo pausado de rolo de Washington. Ahora lo suyo era salir a la tarima a dar discursos con acento paisa, sombrero y carriel antioqueño. Que no quedaran dudas.
Hoy la foto es muy diferente. La narrativa que por estos días parece primar en la derecha es que la única posibilidad de triunfo radica en mostrarse tan distantes como sea posible de la figura de Álvaro Uribe. Entonces ahí quedó Zuluaga sin más que hacer, acompañado apenas de un diminuto grupo de parlamentarios, anunciando desde un oscuro salón que va a seguir su camino en solitario. Hace cuatro años un panorama como este era inimaginable. Pero es bastante probable que en los próximos meses el Centro Democrático tenga que enfrentarse a una de las decisiones más difíciles de su historia: retirar a su candidato presidencial y entregarle esos votos a un aspirante que sí tenga opciones.
De llegarse a ese escenario, el hoy partido de gobierno estaría ante una derrota política de dimensiones colosales. Seguramente para la militancia de uribismo sea un sapo difícil de tragar. Pero si algo se le puede reconocer a la derecha es su pragmatismo. No existen allí confusiones con las prioridades: su misión es evitar que llegue Petro, sea con el candidato que sea.
A precios de hoy, el único chance que tiene la derecha de conservar el poder es la Coalición de la Experiencia. Es cada vez más probable que el triunfador de esa contienda sea Álex Char. Lo de Fico se está desvaneciendo. Así las cosas, después de las consultas de marzo, porque no hay cama para tanta gente y toca pasar a segunda vuelta, el Centro Democrático tendrá que retirar a Zuluaga para adherir a la candidatura del nuevo jefe. Adiós al sombrero, hola a la cachucha.
