Es muy difícil no preocuparse con la forma en que el senador Gustavo Petro ha abordado el debate público en el último tiempo. En particular, dos hechos ocurridos la semana pasada —su salida en falso sobre las vacunas y su pelea con Alejandro Gaviria— arrojan una luz sobre ciertos rasgos de su personalidad, muy preocupantes cuando se presentan en un hombre que pretende presidir el Estado.
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Es muy difícil no preocuparse con la forma en que el senador Gustavo Petro ha abordado el debate público en el último tiempo. En particular, dos hechos ocurridos la semana pasada —su salida en falso sobre las vacunas y su pelea con Alejandro Gaviria— arrojan una luz sobre ciertos rasgos de su personalidad, muy preocupantes cuando se presentan en un hombre que pretende presidir el Estado.
Voy a referirme, en primer lugar, a su embarrada más grave: el desafortunado trino en el que cuestiona el efecto de la vacuna sobre la llamada variante Delta. Sobra decir que lo que dijo Petro fue una barbaridad. En lo que escribió el senador no había lugar a interpretaciones o a lecturas entre líneas. Sus palabras eran tan claras como irresponsables: le daban a entender a la gente que vacunarse no sirve para nada. No en vano la red social etiquetó su trino con un letrero rojo que advertía el engaño.
Qué fácil hubiera sido que Petro saliera rápidamente a reconocer el error y a borrar la publicación que desató la tormenta. Equivocarse es de humanos. Más aún cuando se trata del manejo de una pandemia en la que hasta las mentes más brillantes de la ciencia han tenido que salir a recular. Pero eso con Petro, por lo pronto, no va a pasar. Él parece sentirse infalible y está siempre listo para encontrar la pirueta retórica que haga falta, distraer la discusión y hacer lo que toque para aparentar que tiene razón. Hay que decir que esta no es la primera vez que sucede. De hecho, pasa siempre que el senador se enfrasca en cualquier polémica con cualquier contradictor.
Petro parece no haber entendido el papel que él juega hoy en la sociedad. Ya no es, como alguna vez lo fue, un ciudadano cualquiera. Ahora sus palabras importan. El liderazgo no viene solamente con privilegios. Ser un líder implica, ante todo, una enorme responsabilidad.
A juzgar por el movimiento en las redes, para una buena parte de los petristas lo que diga Petro, sensato o descabellado, es palabra de Dios. Por eso el hasta ahora más opcionado aspirante presidencial no puede andar trinando lo primero que se le venga a la cabeza. Porque detrás de él, listo para el ataque, está un ejército de centenares de miles de internautas que, apenas Petro tira línea, se dedica a defender lo que él diga y a destruir a quien no esté alineado con el líder.
Lo anterior me da pie para hablar de lo ocurrido con Alejandro Gaviria. Hasta hace apenas unos días, Petro y su equipo de operadores políticos se dedicaron a hacer hasta lo imposible para convencer al rector de la Universidad de los Andes de que se sumara al Pacto Histórico. Se morían de ganas de tenerlo entre sus filas. Gaviria les agradeció pero declinó el ofrecimiento. Y ahí fue Troya. Petro dio un salto mortal y, de tratar de fichar a Gaviria, pasó a reproducir trinos que cuestionaban su trayectoria. Inmediatamente apenas Petro puso el blanco, las palabras “Alejandro Gaviria” saltaron al primer lugar de las tendencias y se lanzaron miles de trinos que lo acusaban de haber destruido el sistema de salud y de ser uribista y neoliberal.
Al parecer, la tal política del amor consiste en jamás reconocer un error y en destruir a todo el que no piense como Petro.