Más allá de la pandemia y de los problemas del país, resulta más preocupante la situación –casi generalizada– en la que cada ciudadano se ha convertido en un juez o fiscal. Increíble pero cierto. Basta con revisar redes sociales y leer, escuchar y ver las noticias para cargarse de puntos de vista ligeros. En las redes sociales, que son más interactivas, donde se mezclan toda clase de ciudadanos, es evidente la cantidad de sesgos y posiciones categóricas que se llevan por delante, y sin medir las consecuencias, a cualquiera. Cualquier cantidad de conclusiones ligeras se evidencian en todas sus orillas. Si son los afines a la izquierda, concluyen de manera tajante y temeraria que toda la culpa es del Gobierno de turno o de la extrema derecha. Por su parte, del otro lado de la orilla la acusación es que la extrema izquierda quiere usurpar el poder. Lo cierto del caso es que se ha venido exacerbando la polarización, ya existente, generando un caldo de cultivo para que los extremistas cautiven adeptos o, mejor, neófitos.
Hay que empezar por decir que los hechos de las últimas semanas han sido desafortunados. La muerte de civiles por manos de la fuerza pública es de lamentar. Por supuesto, las autoridades judiciales serán quienes puedan dictaminar la culpabilidad de sus perpetradores. Lo cierto del caso es que pareciera que la ciudadanía quisiera usurpar esas funciones, pues sus comportamientos así lo confirman. Una serie de protestas violentas que conllevan a más muertes son el reflejo de la articulación mediática. Muchos de los protestantes inocentes se han dejado seducir por los mensajes cargados de sesgo, tanto que quisieran buscar justicia por su propia mano.
Lo que parece más ilógico es cómo se concluye de manera categórica sobre la culpabilidad de los policías y del ejército. Lo peor es que se generaliza de manera desproporcionada sin tener en cuenta la realidad de los hechos o sin siquiera saber qué fue lo que pasó en realidad. Por supuesto, no es aceptable la pérdida de vidas en cualquier situación. Pero no es momento de actuar como un juez o fiscal ni de culpar o sacar conclusiones cuando no se conoce en detalle lo sucedido. Tampoco se puede presumir la culpabilidad de alguien pasando por encima de su presunción de inocencia.
Definitivamente, tenemos que recobrar varios valores de los que nos enseñaron en casa. No somos quiénes para juzgar por doquier. Tengo claro que se puede opinar y como seres universales tenemos libertad de hacerlo, pero recordemos que la profundidad de la opinión debe ser desprejuiciada y consecuente con las presunciones de inocencia. Hay que analizar las dos caras de la moneda, pero sé que para muchos es complicado pues el sesgo y el ego son más grandes que la imparcialidad de su pensamiento. Es tiempo de reconciliar los odios. La invitación es a no dejarse llevar por los sesgos, a buscar los argumentos lógicos de ambas partes y respetarlos. Por supuesto, es necesario enfrentar frontalmente y con argumentos a aquellos que tengan o demuestren sesgos, prejuicios o simpatías por alguna de las caras de la moneda. Seguramente en la argumentación se podrá inferir la calidad de las opiniones.
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