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Mi arma es más larga que la tuya

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Felipe Restrepo Pombo
06 de mayo de 2010 - 01:38 a. m.
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¿DE QUÉ HABLARÁN HUGO CHÁVEZ, Evo Morales, Raúl Castro, Cristina Fernández de Kirchner, Daniel Ortega y Rafael Correa, en sus reuniones privadas?

Me imagino a Evo tratando de explicarles a todos —en ese dialecto, tan parecido al castellano, en el que se comunica— la relación entre el consumo de pollo y la homosexualidad. Luego veo a la elegantísima señora de Kirchner, advirtiéndoles a sus colegas sobre los peligros de comer carne argentina y los beneficios del Bótox. Mientras tanto, creo, Correa intenta pasarla bien, pero no lo logra: sabe, en el fondo, que está atrapado en la fiesta incorrecta. Ahora, estoy seguro de que quien más habla es Chávez: obliga a los otros presidentes a que lo escuchen discurrir durante horas sobre sus planes lunáticos. El venezolano debe describir con detalle —en ese tono tan aburridor que tienen todos los dictadores caribeños— las conversaciones que sueña con Bolívar, sus planes petroleros y sus ideas sobre la libertad de prensa. Pero yo creo que de lo que más habla es de sus armas.

Ya lo vimos el pasado 19 de abril, durante la celebración del bicentenario de la independencia de Venezuela: el Comandante, vestido con un nuevo uniforme, sonreía satisfecho mientras observaba sus aviones, tanques y fusiles. Chávez —que parecía una versión tropical de Stalin— no podía disimular la satisfacción de ver reunido todo el armamento que ha coleccionado durante los últimos años. En ese sentido, el Teniente Coronel no es un mentiroso: le gusta la guerra y no lo oculta. Esa es su naturaleza y su lógica militar: sólo se puede justificar como líder si puede demostrar su poder de destrucción. O, en otros términos más sicoanalíticos, le tiene que mostrar a sus competidores que es un macho alfa y que su pene es más grande.

Chávez está aburrido en su oficina y quiere una pelea. “Hemos puesto en marcha una nueva doctrina militar: la guerra de todo un pueblo”, dijo el día del desfile. Así lo ha repetido varias veces en los últimos días: a la menor provocación iniciará un conflicto para poder utilizar sus juguetes.

¿Cuál debe ser entonces la respuesta de nuestro país? Es claro que la ambigüedad del gobierno de Uribe no ha servido de nada. Y que la abierta confrontación que significaría la elección de Juan Manuel Santos sería aún peor. Aunque el candidato de la U ha dicho que se sentaría a dialogar con Chávez, es poco posible que esto ocurra: a los dos los separa el abismo de una vieja enemistad personal. Si Santos es elegido Presidente el intercambio de agresiones continuaría y, quien sabe, tal vez empiece un intercambio de misiles. 

Afortunadamente existe otra alternativa. El candidato verde, Antanas Mockus, sugiere una ruta racional: entender a su contradictor, argumentar y negociar un acuerdo. Es decir, no responder con la misma piedra y acudir a los mecanismos del diálogo. Algunos han visto en esta actitud una supuesta debilidad o incluso una admiración por Chávez. Yo no veo fragilidad en el camino de la inteligencia. De hecho, cuando fue alcalde de Bogotá y las Farc amenazaron con matarlo, Mockus respondió poniéndose un chaleco con un hueco en forma de corazón. El gesto mostraba el absurdo de la amenaza y desarmó a los guerrilleros.  

Una respuesta de este estilo —guardando las proporciones, claro— le daría legitimidad a la defensa de Colombia. Y mantendría a Chávez, y a sus amigos, con la boca cerrada y con las armas guardadas. Al menos por un rato.

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