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Vigilar y castigar

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Felipe Restrepo Pombo
19 de diciembre de 2009 - 02:12 a. m.
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Los deplorables mecanismos de control del gobierno de Álvaro Uribe me recuerdan los que describe Michel Foucault en Vigilar y castigar, un ensayo de 1975.

En ese libro, el filósofo francés advierte sobre cómo nuestras sociedades se han convertido en “prisiones continuas”: lugares donde los individuos son sometidos a una observación constante. Sin embargo, dice Foucault, esta vigilancia se ejerce de una manera sutil. Se va construyendo a partir de hechos que parecen poco relevantes pero, al final, son infalibles.

Pues bien, creo que en Colombia está ocurriendo exactamente eso. Fue lo que pasó la semana pasada, por ejemplo, cuando se aprobó la reforma para prohibir el porte y consumo de la dosis mínima. El gobierno manipuló todos los hilos de poder —de una manera bastante oscura— para que se modificara la Constitución, con el estúpido argumento de que ahora Colombia será un ejemplo de lucha contra las drogas en el mundo. Me da pena contradecirlos, pero creo que, al contrario, ahora Colombia será un ejemplo de atraso e intolerancia. Ya nadie cree que la solución al problema de las drogas sea la penalización. Y por eso esta nueva ley es inútil: no ayuda en nada a reducir el consumo o el tráfico, y sólo sirve para aumentar la corrupción y los casos de abuso policial.

¿Y qué sigue ahora? Me imagino que pronto intentarán penalizar otras conductas que no consideren apropiadas. Dice Foucault, también en Vigilar y castigar, que una de las formas más efectivas de control es la exclusión: quien piensa diferente es descalificado y se convierte en un enemigo social o un enfermo. Así, en Colombia, se ha popularizado la idea de que quien se opone al gobierno es un guerrillero y quien consume drogas —así sea ocasionalmente— es un enfermo que necesita tratamiento médico. Me produce terror que nuestro país se transforme en un lugar de represión, donde la derecha reaccionaria decida qué está bien y qué está mal.

Creo que es momento de cuestionar cómo se está ejerciendo el poder en nuestro país. Al Presidente y a sus colaboradores ya no les da vergüenza intervenir en el proceso legislativo para favorecer sus intereses. Lo han demostrado una y otra vez: han manipulado las leyes —con una sarcástica sonrisa en la cara— a su antojo. Así, han creado unas reglas de juego que reprimen a quienes no están de su lado y que premian a sus aliados. Y, de la misma forma, promueven políticas públicas basadas en ideologías conservadoras desconectadas de la realidad.

Hace un tiempo, el Presidente dijo que seguiría en su puesto para evitar una hecatombe en el país. Lo paradójico de su afirmación es que él mismo es la hecatombe. “En el abuso de poder, uno desborda lo que es el ejercicio legítimo de su poder e impone a los otros sus fantasías, sus apetitos y sus deseos”, escribe Foucault. La hecatombe en Colombia comenzó cuando Álvaro Uribe decidió abusar del poder y ceder ante sus propios apetitos. Cuando decidió convertirse en un tirano.

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