El gobierno del presidente Petro no ha cumplido 10 meses y ha tenido que afrontar muchas tormentas, curiosamente generadas por los altos funcionarios. Con una oposición desorganizada y fraccionada, Petro ha padecido, permanentemente, de lo que se conoce como fuego amigo. Las contradicciones entre los ministros, las peleas con los viceministros y la ineptitud de muchos de los funcionarios han dejado ver, como pasó cuando fue alcalde de Bogotá, que Petro es incapaz de gobernar. Sus extrañas contradicciones son, sin duda alguna, el sello del Gobierno. “Como dicen una, dicen la otra”, decía la Chimoltrufia. El presidente es errático y, por ende, así es su Gobierno. El jefe del Estado ve enemigos en todas partes, menos en donde los debe ver: dentro de su Gobierno.
Golpes de Estado, ataques de la prensa, conspiraciones y enemigos agazapados. Es incapaz de reconocer que se equivocó y prefiere mentir al respecto. “Yo no lo crie”, hablando de su negado hijo Nicolás; “Yo no escribí el trino”, refiriéndose a que habían encontrado a los niños en Guaviare; “El sistema de salud de Colombia es uno de los más malos del mundo”.
El Gobierno del cambio resultó ser más de lo mismo o peor. No de otra manera podría ser si el Pacto Histórico se llevó consigo mucha de la escoria de los demás partidos. Y, por supuesto, dentro de la Casa de Nariño también han pasado cosas graves, aún no explicadas, como el escándalo de la niñeragate, como se le conoce al repugnante asunto que enreda a la señora Laura Sarabia y al señor Armando Benedetti. Ese episodio tiene de todo. Plata en efectivo, vuelos privados, interceptaciones ilegales, maletines con plata, polígrafos, chantajes y mentiras.
Qué vergüenza que un Gobierno que pregonaba la lucha contra la corrupción esté ahora enredado con todo este asqueroso episodio. Pero, claro, ahora resulta que es culpa de la prensa, sí, la misma que es hostigada por las hordas petristas en las redes sociales.
Lamentable que el Gobierno se esté cayendo a pedazos y que piense además que es por culpa de alguien más distinto de los propios funcionarios. La falta de liderazgo y el egocentrismo del presidente son, sin duda, la constante del Gobierno. A eso hay que agregarle el desprecio que siente Gustavo Petro por las decisiones de la Fiscalía, la Procuraduría y el Consejo de Estado.
Preocupa, además, como lo he sostenido anteriormente, que el presidente, por sus propias decisiones y posturas, se haya acorralado en tan pocos meses, pues por lo general los gobiernos entran en barrena y caen estrepitosamente en las encuestas mucho más tarde. Sí, las mismas que Petro critica y desprecia cuando no lo favorecen y desprestigia con mentiras.
Muchos de quienes nos opusimos a que Petro llegara a la Presidencia lo hicimos porque estábamos convencidos de que su gobierno sería un desastre. Pero confieso que jamás pensé que esa debacle fuera a ocurrir en tan corto tiempo. Ni pensemos lo que seguirá en lo que resta de este gran desastre.