“El adulto mayor”

Felipe Zuleta Lleras
06 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.

Estando ya en la edad en la que soy “adulto mayor” —expresión que detesto—, es claro que lo que soy es un viejo. Y con la vejez llegan cosas buenas, ciertamente, y otras malas. Lo perfecto, en mi criterio, no existe. Los viejos alcanzamos la madurez total, es decir, no nos enredamos en pendejadas y mucho menos nos preocupamos (ocuparse previamente de algo que puede no ocurrir). Somos más analíticos y, sin lugar a dudas, mucho más sensatos. Somos más compasivos y generosos (o al menos yo lo soy).

Pero igualmente nos volvemos más necios, porque creemos firmemente que nos hemos ganado el derecho a hacer lo que se nos da la gana, es decir, a no hacer lo que nos importuna. En mi caso, dejé de ir a eventos sociales con la periodicidad que lo hacía hace años. Me aburren los almuerzos y las fiestas. Me aburre cuando me preguntan qué opino sobre este o aquel tema. Detesto asistir a eventos que exigen traje formal, porque desde hace años decidí que no me vuelvo a poner corbata; ya la usé por más de 50 años. No voy a cine, pues detesto el olor a maíz tote y a sushi. No hago una cola ni muerto y, claro está, detesto las farsas y a los manipuladores.

Me irrita mucho que algunas personas confundan generosidad con huevonada. Me explico. Suelo ser bastante amplio en mis gastos hacia los demás, pero cuando percibo que alguien cree que puede sacarme plata porque soy una “hueva”, puedo sacar lo peor de mí. Que uno tenga cara de hueva bien administrada no quiere decir, faltaba más, que uno sea un huevón.

Detesto la cultura del avivato, sí, aquel que cree que es más astuto que los demás y siempre sabe cómo hacer la trampa para obtener beneficios indebidos. Me muero de la rabia cada vez que el Estado ladrón lo toca a uno, sea para pagar impuestos, el SOAT o sacar el pase, ya que nos pone todas las trabas posibles, porque, a diferencia de lo que pasa en los países civilizados, en Colombia el Estado ineficiente y haragán es el enemigo de los ciudadanos.

Con la vejez, ciertamente, se acentúan nuestros defectos. En mi caso, soy cada vez más impaciente, más ordenado y menos tolerante. Detesto a los mentirosos, mezquinos, avaros, egoístas, deshonestos, incumplidos, irresponsables y, entre otros, perezosos.

Ojalá desde nuestra juventud hubiéramos sabido que la vejez llegaría tan prematuramente, pues envejecemos muy rápido y, así como no nos preparamos para la muerte, tampoco lo hacemos para ser tan viejos.

El periodista Carlos Álvarez, en un artículo llamado “Diatriba contra la vejez”, sostiene: “La tragedia de la vejez es que se es viejo para los demás, pero no para sí mismo, porque sigues teniendo las mismas ideas que antes, tienes el mismo concepto de la belleza, te puedes enamorar, se sabe mucho más del sexo y cómo dar placer a tu pareja, aunque se haya perdido fuerza; en fin, sientes que eres el mismo de siempre, no otro”. En nuestra corta vida pasamos más tiempo siendo viejos que jóvenes.

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