En medio de la crisis con los Estados Unidos, el líder del universo habla del clítoris. El clítoris, esa pequeña gran estrella del firmamento anatómico, ha tenido una historia más accidentada que cualquier político latinoamericano. Descubierto, olvidado, redescubierto, ocultado en manuales médicos y celebrado en murales feministas, este botón de la felicidad ha sido víctima de siglos de desinformación, prejuicios y, sobre todo, de hombres que creían que “ya sabían dónde estaba”. Petro entre ellos.
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En la antigüedad, Hipócrates lo mencionaba de reojo, como quien se disculpa por interrumpir una reunión de sabios con un chiste verde. Más tarde, en la Edad Media, el clítoris fue sospechoso de brujería: si una mujer se reía demasiado fuerte o no le gustaba ir a misa, seguro tenía “el diablillo escondido”. El Renacimiento trajo avances: médicos italianos lo volvieron a mapear, pero luego la Iglesia les dijo “no, gracias, demasiado placer para tan poca culpa”. Y así, el pobre clítoris pasó siglos en un exilio involuntario, como un revolucionario incómodo para el orden establecido.
El siglo XX fue más generoso: se le hicieron radiografías, resonancias magnéticas y hasta esculturas 3D para explicar lo que muchas mujeres ya sabían sin necesidad de ciencia: que aquello no era un “botón”, sino toda una orquesta de nervios. Y de repente, el clítoris se convirtió en un símbolo político. Porque sí, la revolución no solo se hace con fusiles y discursos, también con orgasmos garantizados.
¿Y qué tiene que ver Gustavo Petro en todo esto? Mucho más de lo que parece. Un presidente que habla de justicia social, redistribución y paz total no puede ignorar al clítoris, el órgano más democrático de la historia: no discrimina por clase, color de piel o estrato. Está ahí, listo para generar placer sin pedir pasaporte ni código QR. Petro, que tanto habla de transformar Colombia, debería incluir en sus planes de gobierno una “Política Nacional del Clítoris”: educación sexual con perspectiva de goce, manuales escolares donde el clítoris aparezca a página completa y campañas públicas para que nadie más crea que es “un mito feminista importado”.
Además, pensemos en la economía: un pueblo feliz es un pueblo productivo. ¿Qué mejor manera de impulsar el PIB que garantizando que las colombianas, y quienes disfruten del clítoris en general, tengan más razones para sonreír? Imagínese al DANE publicando un nuevo indicador: el Producto Interno del Placer. Seríamos potencia mundial no de la belleza, sino del goce.
En resumen, la historia del clítoris es la historia de cómo la humanidad ha tenido frente a sí la herramienta más sencilla de revolución, pero no la ha sabido usar. Y para Gustavo Petro, un hombre que se ufana de ser progresista, abrazar la causa del clítoris sería el acto más coherente con su narrativa de cambio. Porque gobernar un país es difícil, pero gobernar sin goce y sin clítoris, eso sí que sería una tragedia nacional.