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Tengo 60 años recién cumplidos y no recuerdo ningún antecedente parecido al del coronavirus. Ni siquiera el H1N1. A la fecha, el virus ha contagiado a más de 140.000 personas en 135 países y territorios del mundo, con una cifra letal bastante elevada.
Las consecuencias no solo en términos de salud son alarmantes, sino, dicen los expertos, pondrán a la economía del mundo en una situación que podría no tener antecedentes recientes. La pandemia será también de tipo económico. ¡Qué susto!
Todos los países están tomando decisiones drásticas. Colombia, por ejemplo, declaró la emergencia sanitaria poniendo limitaciones a eventos con más de 500 personas, cruceros y fútbol. Estados Unidos canceló todos los vuelos de Europa hacia ese país por 30 días. Italia toda entró en cuarentena. Qué desazón, Dios mío.
Ahora bien, mientras todos los ciudadanos del mundo están siguiendo las instrucciones de sus respectivos gobiernos, con disciplina y resignación, en Colombia andamos en una cosa totalmente desquiciada: odiándonos. Algunos colombianos están mostrando lo peor de la condición humana.
Hemos llegado a tal grado de descomposición y odio que la congresista Ángela María Robledo, ante la decisión del BID de posponer su asamblea, trinó diciendo lo siguiente: “Presidente Duque, se le bajaron del bus en la Asamblea del BID, por eso la cancelan, no es un acto de responsabilidad con Colombia, no nos diga más mentiras”. Esta mezquindad la refleja de cuerpo entero.
Como ella, andan miles de personas que prefieren atacar al presidente y a las personas que detestan antes que unirse en una causa común para combatir el coronavirus.
La posición de algunas personas, entre ellas varios dirigentes políticos, muestra la mala condición humana de algunos personajes de la vida nacional.
Un país así no es viable. Estamos a punto de una catástrofe tremenda sin antecedentes recientes. Pero eso no lo ven los políticos porque prefieren tramitar sus odios en contra del presidente Duque, antes que pensar en el largo plazo.
Muchos de esos políticos son absolutamente repugnantes, repulsivos, despreciables. Y aun así aspiran, qué horror, a dirigir el país. Son, muchos de ellos, una plaga. Me da pena decirlo, pero se tiene que decir. Por ejemplo, la toxicidad de los senadores Petro y Bolívar y de la señora Robledo acabará haciéndole más daño al país que el propio virus. Ellos mismos son un virus letal y perverso.
Colombia se merece algo mejor. O tal vez no: cada país tiene los gobernantes que se merece. Qué tristeza saber que no fuimos capaces de superar los odios, de construir como nación, de tener propósitos comunes. De hacer país.
Eso tiene una explicación histórica que usted, amable lector, puede leer en un libro maravilloso que se llama Colombia, una nación a pesar de sí misma del profesor David Bushnell.
Se los recomiendo para que entiendan que desde nuestros inicios siempre hemos sido una país violento y una nación totalmente fragmentada.
