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El gobierno entre andrajos y gargajos

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Felipe Zuleta Lleras
28 de diciembre de 2025 - 05:05 a. m.
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El gobierno, en lugar de sostenerse con ideas, se deshace en excusas y cae en forma de discurso aguado. Lo que alguna vez fue promesa hoy parece un andrajo retórico: usado, estirado y agitado para aparentar novedad, aunque hieda a lo mismo de siempre: mierda.

En Colombia el poder no siempre se ejerce con solemnidad; a veces se arrastra, como ha ocurrido con Petro. Y cuando se arrastra, no deja huella de liderazgo, sino un harapo político que pretende pasar por proyecto “histórico”. El discurso grandilocuente, repetido hasta el cansancio, ya no inspira: fatiga. Se parece más a un gargajo verbal lanzado al espacio público, pegajoso, difícil de limpiar, pero imposible de ignorar.

Gustavo Petro llegó envuelto en una épica que prometía sacudir la historia. Pero la narración, cuando se repite demasiado, se vuelve muletilla. Y la cantinela, cuando gobierna, termina convertida en escupitajo: esa sustancia espesa lanzada al debate público, nauseabunda y repugnante.

Todo problema es culpa ajena, todo error es herencia maldita y toda crítica es una conspiración oligárquica de manual izquierdista. El cinismo no solo se tolera: se predica. Se habla de ética mientras se practica lo contrario. Se predica austeridad desde el atril del gasto desbordado. Se invoca al pueblo como comodín emocional, pero se gobierna desde el micrófono, no desde la gestión. El resultado es un país al que se le pide paciencia infinita y fe ciega, como si gobernar fuera un acto de magia y no de responsabilidad inexistente actualmente.

Lo verdaderamente innovador ha sido la capacidad de convertir el fracaso en una narrativa heroica mentirosa. Cada tropiezo se vende como sacrificio histórico; cada improvisación, como audacia revolucionaria. Así, el poder se exhibe con tono solemne mientras blande el látigo moral de la superioridad, repartiendo lecciones desde un pedestal cada vez más inestable.

No es ideología lo que falta, es rigor. No es oposición lo que sobra, es excusa. El país no necesita más discursos inflamados ni más enemigos imaginarios para justificar la ineficacia. Necesita hechos, resultados y un presidente responsable y capaz.

Cuando el poder se niega a mirarse al espejo, termina hablando solo. Y cuando habla solo, no lidera: balbucea. En ese balbuceo, la política se degrada, el debate se empobrece y Colombia paga la cuenta, mientras el gobierno insiste en vender humo… envuelto en andrajos, salpicado de gargajos y agitado, con solemnidad, como si fuera un flagelo histórico.

El cinismo se volvió política de Estado. Se habla de dignidad mientras se pacta con lo que ayer se condenaba. Se invoca al pueblo mientras se gobierna desde la improvisación. Se prometió transparencia y se normalizó la confusión. El resultado es un país cansado de explicaciones que no explican nada, de enemigos imaginarios y de épicas fabricadas para tapar la falta de gestión.

Notícula. A todos los amables lectores les deseo un feliz año 2026 y Dios nos proteja.

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