Tarde o temprano todos nos veremos abocados a enfrentar el fin de nuestras vidas, muerte que por lo general nos postra previamente, doblegándonos con saña y una perversidad persistente y maliciosa.
He visto morir a muchos amigos y a mi mamá de cáncer. El camino hacia el descanso eterno fue absolutamente pavoroso. Las quimioterapias, en vez de darles una mejor calidad de vida, como dijeron los médicos, los llevaron a la muerte en vida.
Algunos de ellos imploraban que les hicieran la eutanasia, que no fue posible en ninguno de los casos. Precisamente teniendo esto en mente, esta semana firmé todos los documentos necesarios para que no me prolonguen la vida artificialmente y, por el contrario, me hagan la eutanasia. Conté con el apoyo de la Fundación Pro Derecho a Morir Dignamente.
Hace un par de semanas, el Ministerio de Salud expidió la resolución que reglamenta la eutanasia. “Establece que se debe tener la incurable y avanzada enfermedad terminal o agonía, presentar sufrimiento secundario a esta y estar en condiciones de expresar la solicitud de manera directa a través de un documento de voluntad anticipada (DVA)”.
Todos tenemos derecho a decidir en qué momento dejamos de vivir, independientemente de lo que digan los médicos o los familiares cercanos. Nadie puede ser obligado a sufrir esperando la malévola muerte.
Siempre queda otra alternativa difícil y dolorosa, especialmente para los familiares y amigos cercanos: el suicidio.
Lo viví de cerca con mi padre y pasaron muchos años antes de que yo pudiera asimilar ese golpe. Todo lo que tuvo que ver con su muerte fue escabroso y dantesco. No me cabe la menor duda de que el suicidio es un acto de valor y de cobardía al tiempo. Jamás se me ha ocurrido juzgar a quienes se suicidan. Las cosas que pasan por la cabeza del suicida solo las sabe quien lo acomete. Y quienes quedamos vivos difícilmente entenderemos las verdaderas razones que llevaron a esa persona a quitarse la vida. El suicidio siempre es una opción para quitarse la vida cuando esta ya no merece ser vivida.
Vuelvo sobre la eutanasia, pues es la hora de que el Congreso, sin anteponer las creencias religiosas de los parlamentarios, legisle claramente sobre el tema. Los colombianos que no queremos sufrir al final de nuestros días tenemos derecho a escoger el día de nuestra muerte y la manera de hacerlo.
Los médicos frente a enfermos terminales optan por lo que llaman la sedación profunda, induciendo al paciente a no volverse a despertar, obviamente sin ayudas adicionales. Ni siquiera suero. El paciente al cabo de varios días fallece y mientras tanto los familiares sufren, se extenúan y le piden a Dios que se lo lleve.
La muerte es realmente un misterio que con los años y frente a la pérdida de nuestros seres humanos se vuelve familiar y cotidiana, pero que siempre produce extrañeza y dolor.
Doloroso sería volverse una carga para nuestros seres queridos. ¡Yo no lo seré!