En 1985 cursaba yo quinto año de Derecho en la Universidad Externado de Colombia. Ese 6 de noviembre a las 6:15 de la mañana me recogió en un Mercedes blindado el profesor Carlos Medellín Forero, a quien yo frecuentaba en algunas oportunidades, ya que sus hijos varones, Carlos y Jorge, se encontraban viviendo en París, escapando de las amenazas de muerte que recibía la familia Medellín Becerra por parte de “Los Extraditables”.
Precisamente unos días antes en su casa, la finca Zaraús, en el norte de Bogotá, le pregunte por qué él y los otros magistrados, entre los que se encontraba mi tío político, Alfonso Patiño Rosselli, no renunciaban a la Corte. El profesor Medellín me contestó: “Porque si nos dejamos amedrentar de los criminales, este país queda en manos del narcotráfico”.
Estábamos en clase cuando llegó la noticia de que la guerrilla del M-19 se había tomado el Palacio de Justicia. Presurosamente buscamos a alguien que tuviera un radio para oír, recuerdo bien, a Yamid Amat de Caracol, narrando este hecho criminal como si fuera un partido de fútbol. Nos dejaron ir a nuestras casas temprano y recuerdo vivamente cuando, enfrente de la que yo vivía, pasaron los tanques de guerra. 48 horas de un infierno, transmitido en vivo y en directo por la televisión y la radio, nos mostraban las imágenes del holocausto del Palacio de Justicia. ¿Cómo olvidar los tanques de guerra entrando por la puerta y los boquetes en las paredes?
Hacia las tres de la tarde del 7 de noviembre, Ángela Medellín y yo nos fuimos al Palacio de Justicia, a ver si podíamos entrar para saber qué había pasado con el doctor Carlos Medellín. Por supuesto, nos impidieron la entrada. Procedimos, si no recuerdo mal, a irnos de hospital en hospital. Pero la búsqueda fue infructuosa.
En esta toma del Palacio de Justicia, que tanto ha elogiado Gustavo Petro, murieron Manuel Gaona, Alfonso Reyes, Carlos Medellín y Pepe Gnecco, profesores míos, y Alfonso Patiño, casado con mi tía Cristina Zuleta. Vinieron después unos días tenebrosos porque ni la familia Medellín ni la familia Patiño Zuleta sabían quién era la persona a la que estaban dando cristiana sepultura.
Tuvimos que presentar los últimos exámenes de la universidad con profesores supletorios. Este acto criminal perpetrado por los amigos de Gustavo Petro marcó a toda una generación de colombianos, que nunca podremos olvidar esa pesadilla y el dolor de las familias.
Lo que jamás imaginé es que 38 años después de este ataque terrorista, el país iba a elegir a uno de los miembros del M-19 para regir los destinos de Colombia. Tal vez el peor de todos, Gustavo Petro, quien no ha pedido perdón las víctimas y se ha dedicado a exaltar la memoria de los asesinos y terroristas, que “con genialidad” se tomaron el Palacio de Justicia, como él mismo lo sostiene.
¡Qué ironía y qué tristeza saber que el país que los dejó matar cayó en manos de uno de sus verdugos! Ya lo presentía el Dr. Medellín.