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Apoyé el proceso de paz del presidente Santos con las FARC, a pesar de haber tenido que vivir diez años fuera de Colombia, alejado de mi hija y mi familia, porque alias Romaña mandó matarme. Le creí a Santos, de buena fe, pero hoy, a nueve años de haberse firmado la paz, siento que millones de colombianos fuimos vilmente engañados. Nos decían desde el gobierno que no habría impunidad y que los guerrilleros repararían a las víctimas del conflicto armado y no repetirían sus actos. Lo cierto es que nada de eso ha pasado.
Guerrilleros como Márquez, Santrich y Romaña, que fueron negociadores en La Habana, reincidieron inmediatamente. Hoy las mal llamadas disidencias de las FARC están conformadas en su mayoría por guerrilleros que firmaron ese acuerdo con Santos. Otros, como alias Griselda Lobo, es decir, la senadora Sandra Ramírez, y Timochenko, viven pontificando sobre lo divino y lo humano. Y peor aún, a pesar de haberse gastado más de $3,4 billones, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) no ha proferido ni una sentencia en contra de los miembros de las FARC. En cambio, ha sido “eficiente” condenando a militares. A la fecha 25 de ellos.
Los exguerrilleros de las FARC, literalmente, le han mamado gallo a la JEP, pues no han comparecido a todas las audiencias y, cuando lo han hecho, han dicho mentiras, como por ejemplo en lo que tiene que ver con el abuso sexual de varios de los 18.000 menores de edad que fueron reclutados. La JEP no tiene ninguna razón de existir y mucho menos por todos los años que le quedan. No quiero ni pensar la reacción del país cuando las condenas contra los ex guerrilleros de las FARC sean sembrar papayas o piñas. En tanto, las de los militares han sido durísimas. El mundo al revés.
La Paz de Santos fue una gran trampa a Colombia. Y claro, una afrenta a un país que oyó a Santos ante la asamblea de las Naciones Unidas,con la boca llena diciendo: “Vengo a decirle al mundo que Colombia ha alcanzado la paz”. Queda demostrado que ni esa paz ni la fracasada “paz total” de Petro sirven para nada. Lo único que queda frente a los grupos subversivos, alimentados por el crimen y el narcotráfico, es aplicar la ley sin miramientos. Es combatirlos con toda la fuerza del Estado. En lo personal apoyaré para las próximas elecciones a quien recupere de las manos de estos criminales los restos de país que ha dejado Petro.
El daño que le hicieron a Colombia Juan Manuel Santos y Gustavo Petro es, me temo, irreparable. No más procesos de paz, no más concesiones a las guerrillas, no más gestores de paz, no más extradiciones engavetadas en el escritorio del ministro de Justicia. Colombia no puede seguir en las manos de los criminales, quienes quiera que sean. Nuestros hijos y nietos merecen un país que les brinde toda la seguridad y garantías, y eso es lo que se ve cada vez más lejos. En no pocas oportunidades pienso que quienes dicen que sí existe el Petrosantismo tienen toda la razón.
