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Ha sido una norma de los medios de comunicación serios no meterse con la vida íntima de los presidentes. El fenómeno de publicar los asuntos privados del presidente y su familia es, sin duda alguna, un tema de redes sociales.
Sin embargo, esta semana el escándalo estuvo protagonizado por el propio presidente, a quien grabaron en la Ciudad de Panamá cogido de la mano de una persona. Obviamente, esto se prestó para todo tipo de especulaciones, en mi sentir, innecesarias. Fue el propio Petro el que se refirió, sin hacerlo expresamente, a estos eventos al decir que él es humano, y que como tal rechaza, con razón, a las personas transfóbicas. Sostuvo en una de sus publicaciones que para él la vida privada es eso, privada, y que nunca se meterá con la de absolutamente nadie. Un poco tarde, digo yo, porque ya lo hizo con la de Ingrid Betancur y Carlos Alonso Lucio.
Gustavo Petro no hace nada que no esté muy bien calculado. Me atrevo a afirmar que él se prestó para los videos que hemos mencionado. Una persona desconfiada como el presidente jamás se hubiera dejado grabar en esas condiciones. Entonces se pregunta uno, ¿para qué lo hizo?
Varias hipótesis podríamos explorar: para tapar los escándalos de corrupción que están ahogando al Gobierno; para adelantarse a un eventual escándalo que pudiera tocar a la primera dama, quien curiosamente en los últimos días le pidió a la Fiscalía que investigara hechos provenientes del “fuego amigo”; tal vez para victimizarse después de qué llamó a los medios de comunicación el Mossad y nazis. Y podríamos seguir especulando sobre las razones por las cuales este video se hizo público. No entendí por qué el presidente salió a aclarar que él es heterosexual. ¿Acaso lo afectaron los comentarios malintencionados que lo asociaron a una persona trans?
La vida privada de los funcionarios públicos es un asunto que ha ocupado a los tratadistas y académicos por años. Pero otra distinta es la vida secreta de cada una de las personas. En lo personal, si el presidente es heterosexual, bisexual, homosexual o lo que sea, me tiene sin cuidado, porque nada de eso tiene que ver con que sea o un buen gobernante, que ya no lo fue, o un pésimo presidente, como lo ha sido.
He sostenido en varias oportunidades que al presidente hay que leerlo al revés; es decir, cogerlo en una verdad es dificilísimo. En este caso, si aplicamos la misma regla, encontraríamos que el primer mandatario en esta oportunidad tampoco le ha dicho la verdad al país. No seré yo quien a esta altura del paseo me meta con la vida privada de Petro y sus preferencias sexuales, faltaba más. ¿Pero acaso le puede ser aplicada la máxima según la cual “explicación no pedida, acusación manifiesta”?
Así las cosas, convendría que el primer mandatario se dedique en los dos años que le quedan a empujar los cambios que propuso durante la campaña y que, a la fecha, no se han producido. Entre tanto, el país a la deriva, como era obviamente previsible.
