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Matrimonio y mortaja

Felipe Zuleta Lleras
20 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.

Muchas veces oí a mi abuela materna decir que “matrimonio y mortaja del cielo bajan”. Y eso lo afirmaba a pesar de tener un magnífico matrimonio con mi abuelo.

Mirando algunos datos oficiales, encuentro que en el 2021 hubo 26.519 divorcios en Colombia, récord histórico. Mi tesis es que como esas parejas tuvieron que pasar muchos meses encerradas, conviviendo 24/7 por cuenta de la pandemia, se aburrieron. En no pocos casos personas que conozco decidieron divorciarse porque descubrieron, como consecuencia de la convivencia, que sus cónyuges no tenían nada que ver con lo que aparentemente eran.

Decían algunos que la pandemia iba a sacar lo mejor de cada uno de nosotros, pero no. Cuando nos vimos enfrentados con la muerte, desplegamos todos los espantosos mecanismos de defensa para salir vivos de una enfermedad que mataba a miles de personas.

Un caso muy cercano podría ser el de muchas parejas. El señor, que salía todos los días a las 8:30 de la mañana y volvía a las 7:30 de la noche, se vio forzado a trabajar desde su casa. Así empezó a exigirle a su esposa, quien también hacía teletrabajo: ¿ya está el desayuno? ¿Ya está el almuerzo? Obviamente en condiciones normales tenían una empleada. Pues el matrimonio se reventó de lado y lado. Hoy están divorciados y felices.

Es que ese cuento de que el matrimonio es para toda la vida es una perversa ficción. El matrimonio debería ser un contrato solemne que se renueva cada cinco años, por ejemplo.

He pasado por dos divorcios. El primero fue tranquilo, pues fui yo el causante, por lo que entregué hasta el último peso que tenía. No podía ser diferente. El segundo sí fue más enredado. Abogados, acusaciones, jueces, etcétera. En ese momento fue cuando entendí plenamente que uno no sabe con quién está casado sino hasta que se divorcia. Ambos cónyuges sacan lo peor de sí. Se muestran su peor faceta. Ahora tengo magníficas relaciones con mis ex, porque, como decía mi madre, el tiempo no arregla ni daña las cosas, simplemente las pone en orden.

Es claro que cuantos más bienes y dinero haya, el proceso es más traumático. Conozco el caso de unos esposos de la alta sociedad bogotana que durante el proceso de divorcio se hicieron unas cosas espantosamente divertidas. Él tocaba piano y ella tenía dos perritos french poodle. Pues un día el hombre tusó a los dos perritos y los dejó horrorosos, claro está. Y ella, para tomar venganza, les echó pegante Bóxer a las teclas de un piano de cola carísimo. Literalmente se destrozaron sus vidas. Casi se matan.

No conozco muchas parejas que se hayan divorciado de manera pacífica. Cuando hay hijos de por medio, pues el tema se torna más complicado. Que la patria potestad, las visitas, la manutención... ¡En fin!

La verdad, ¡qué pereza el divorcio! Pero, claro, la manera de evitarlo es simplemente no casarse. Ya lo decía el escritor chileno Isidoro Loi: “El primer año es el más difícil, los demás son imposibles”.

 

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