Gustavo Petro entró a la Asamblea General de la ONU como si estuviera entrando a un estadio pletórico de admiradores: brazos abiertos, mirada perdida en el horizonte, y seguro de que todos los presidentes del mundo estaban pendientes de tan magno espectáculo. El reglamento dice “15 minutos máximo”. Petro pensó: “eso será para los mortales”. Y habló casi 40. Si Bolívar cabalgó los Andes, él podía remontar el reloj.
Comenzó a repartir culpas como reparte lechona en sus mítines: Estados Unidos, Trump, Israel, el capitalismo, los banqueros, la diplomacia, y hasta el micrófono que lo “miraba” atónito. La ONU se convirtió en su plaza de Bolívar capitalista. En su momento estelar propuso crear un “ejército mundial contra el genocidio”. Sonaba a película de Disney, pero con subtítulos “magistralmente” ideológicos: Los Justicieros de la Dignidad. Detalles logísticos: ninguno. Solo faltó anunciar casting abierto.
Los diplomáticos lo escuchaban con cara de “¿qué parte de cooperación internacional se perdió?”. Mientras tanto, la delegación de EE. UU. se levantó y se fue, como cuando en una boda larga uno se escapa al baño y no regresa.
La retórica fue un buffet libre de contradicciones: criticó que Trump lo “descertificara” en la lucha antidrogas, pero se colgó la medalla de las incautaciones récord. Denunció que llamen terrorista al Tren de Aragua, pero exigió un juicio moral global contra Israel. Gritó contra el racismo del norte, pero lo hizo desde un podio de mármol en Manhattan con traductor simultáneo.
Y, claro, desempolvó la consigna de “guerra a muerte”, bandera que tenía puesta como presea gloriosa en su arrugada guayabera. Porque nada dice “diplomacia moderna” como un eslogan de hace dos siglos. Si Bolívar reviviera, probablemente le diría: “Hermano, ya supéralo”.
En Colombia, sus fans lo aplaudieron como si acabara de ganar la Champions: “¡El único que se atreve a decir la verdad!” dijeron los Petro bestias en sus redes. Mientras tanto, analistas internacionales se preguntaban si hablaban del mismo discurso o de un tráiler de Netflix titulado Petro: la última temporada.
Lo que no apareció fue un plan real. Ni cómo financiar ese ejército global, ni cómo solucionar las tensiones con EE. UU., ni cómo su épica verbal ayudará a bajar la violencia en Colombia. Pero, bueno, ¿a quién le importa la letra pequeña cuando tienes frases dignas de grafiti universal y revolucionario?
En resumen, el orate de Petro convirtió la ONU en un stand-up político con guion de tragedia griega y dirección artística de plaza pública. Un espectáculo vibrante para los que ya lo aplauden, incómodo para los que tienen que negociar con él, y completamente inútil para la diplomacia.
El mundo hoy admira al gran líder galáctico porque nunca antes hubo un líder como Petro. Si de impacto hablamos, Petro ya consiguió lo que buscaba: no cambiar el mundo, sino protagonizarlo. Gran líder galáctico universal, genial, único y, sobre todo, ecuménico.