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“Imaginemos por un momento el país ideal que Gustavo Petro lleva años describiendo. Un paraíso tropical donde no hay hambre, la salud funciona como un reloj suizo comunitario, la educación pública es tan buena como Harvard (pero en Sucre), el petróleo es historia antigua, y el pueblo gobierna desde las plazas. Ese país existe. Bueno, en sus discursos. Y en sus trinos. Y en alguna carpeta de Google Drive. Pero en la vida real… seguimos esperando que llegue, como el Transmilenio a Soacha en hora pico.
“En la Colombia de Petro, la justicia social es la estrella del show. Aquí, los niños desayunan gracias al Plan de Alimentación Escolar, los campesinos tienen tierras y apoyo técnico, y los impuestos castigan al evasor mientras premian al pobre. Es un lugar tan justo que uno casi se siente culpable de no estar viviendo allí. ¿Y qué tal la realidad? El hambre no ha desaparecido, pero sí los datos para medirla. Las reformas para mejorar salud, educación y pensiones siguen atascadas, y cuando algo no avanza, siempre hay un villano a mano: los medios, el Congreso, la oligarquía o, si se agota la lista, el clima. Mientras tanto, los precios suben, la plata no alcanza y la “potencia económica popular” funciona, pero solo como eslogan en las camisetas del gobierno.
“Petro prometió una transición energética que haría temblar a Noruega. Basta de petróleo, carbón y extractivismo: ahora Colombia sería solar, eólica y autosuficiente. ¿El plan? Bueno, ese todavía lo están dibujando. Porque resulta que desmontar la economía petrolera sin tener plan B es como quemar el sofá sin haber comprado el nuevo.
“Dejamos de firmar nuevos contratos petroleros —o al menos eso dijeron— mientras seguimos financiando el país con los viejos. Y las energías renovables, que iban a florecer como girasoles, están atrapadas entre licencias, trámites y comunidades que no entienden por qué el progreso verde llegó sin traductor. En la práctica, seguimos exportando carbón y rogando que Ecopetrol no entre en huelga.
“Petro ama la participación ciudadana. En su país ideal, la gente no solo vota: gobierna desde abajo. Cabildos, asambleas populares, democracia directa. El pueblo como protagonista. Pero si el pueblo cuestiona o protesta, ya no es tan “popular” sino “desinformado”, “infiltrado”, “enemigo del cambio”, “nazi”.
“Lo que en teoría iba a ser un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, es más a un monólogo eterno donde se escucha solo al que repite el libreto. La crítica no se acepta, se silencia. Los ministros van y vienen como en reality show de improvisación y el Estado sigue siendo centralista, burocrático y, sorpresa, poco eficiente.
“El país ideal de Petro existe. Vive en sus discursos, se pasea por Twitter, aparece en foros internacionales. Petro ofreció transformar a Colombia y vaya que lo ha hecho: ahora todos estamos transformados en expertos en esperar”.
Para nuestra sorpresa, este es un texto de la IA describiendo al Gobierno.
