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Se cumple un año desde la muerte de Alfonso Gómez Lugo. Estos meses dolorosos para su padre, el doctor Alfonso Gómez Méndez, y su hermana Rosita me han servido para reflexionar precisamente sobre la muerte. Levantarse en las mañanas y saber que todavía corre sangre por entre nuestras venas. Sentir los latidos del corazón, que con los años se tornan más pesados y ruidosos. Saber que puede ser, posiblemente, el último día de nuestra existencia, porque somos vulnerables, muy vulnerables. Cuántas cosas hemos hecho y cuántas dejamos de hacer, cuántas horas, días, meses o años perdimos preocupándonos por cosas que nunca pasaron. Cuántos rencores tuvimos, innecesarios todos. La muerte, de la que tanto se ha escrito, a pesar de cualquier circunstancia, siempre nos coge por sorpresa, así estemos sufriendo de una enfermedad terminal, porque nunca sabemos cuál será el momento exacto en el que dejaremos de respirar. Es por eso que cualquier reflexión que se haga sobre la muerte siempre tendrá una connotación de duda, por un lado, y, por qué no decirlo, de libertad, por otro.
Nuestros cuerpos se van tornando pesados, nuestras articulaciones duelen, nuestros pensamientos con los años se van aclarando en lo que tiene que ver con las ideas, pero se van perdiendo en lo que toca con nuestra memoria. Tal vez hablar de la muerte es un asunto que deberíamos tratar más a menudo con las personas a las que queremos. Nunca estaremos preparados para morir ni para ver partir a las personas que durante nuestra vida nos acompañaron en el trasegar de la cotidianidad, en nuestros temores, certezas y aun en nuestras tristezas. Estas reflexiones, que no son filosóficamente importantes, sí nos sirven para entender que cualquier tiempo que vivamos, corto o largo, siempre será efímero. Porque al final del día y al cabo de los años serán muy pocos los que se acuerden de quienes fuimos y lo que hicimos durante el trasegar por nuestra breve y difícil existencia.
Qué duro nos resulta aceptar que somos fungibles. Pero solo reconociendo esa realidad, por dura que nos parezca, podremos vivir nuestra vida a plenitud, independientemente de nuestra condición. Cuando la muerte nos sorprenda, debe ser ella la sorprendida de que nos vamos de su mano, no con tristeza sino con tranquilidad y sosiego. Morir no debe ser jamás un acto doloroso. Por el contrario, es la perversa muerte la que debe entender que en no pocos casos nos está haciendo un favor, porque vivir no siempre es agradable y somos nosotros los que nos encargamos, por necios, de enredarnos en el quehacer diario de existir.
Hoy, recordándote, querido Alfonso, hago un homenaje a tu memoria y a tu exitosa vida, las cuales permanecerán, ojalá, en el corazón y la mente de quienes te quisimos. Espero, querido Alfonsito, que hayas descansado en paz y permanezcas así, en ese eterno viaje que iniciaste, para nuestra tristeza, hace un año. ¡Sigue descansando, querido amigo!
