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Malgasté, digo yo, más de 15 años de mi vida periodística peleando con el expresidente Álvaro Uribe. No hubo una columna, ni un trino ni nada que publicara que no hiciera referencia a él y que tuviera, al menos, una sola palabra amable. Debo confesar con vergüenza que, en ese entonces, destilaba veneno contra Uribe.
Por el contrario, mis comentarios, mirados desde el discernimiento, resultaban realmente innecesarios y ofensivos. Cómo será que hoy, tantos años después, no me atrevo, ni siquiera poniendo en comillas, a publicar las cosas que le decía al doctor Uribe.
Sin embargo, con los años, entendí que no tiene ningún sentido pelear cuando ya se está más cerca la muerte. No quiero agonizar con rencores, odios o pasiones que me hagan más daño a mí que a la otra persona. Inclusive cuento los días para que el gobierno de Petro acabe y poder referirme a él y a su gobierno con la distancia que producen el tiempo y el apaciguamiento que acarrea la vejez.
Jamás llegué a pensar que algún día me podría sentar con el expresidente Uribe, con doña Lina, con Tomás y sus hijos, y con algunos miembros de la familia a conversar civilizadamente. Hasta hoy no había contado esta historia, no porque me avergüence, sino fundamentalmente por discreción.
Pues, en efecto, hace tres meses la familia Uribe Moreno me invitó a un almuerzo en su casa de Rionegro. Si bien siempre había escuchado de la amabilidad del expresidente, jamás hubiera imaginado el afecto con el que él y su familia me recibieron. Literalmente me hicieron sentir como en casa. No hubo una palabra, gesto o mirada que me hubiera hecho sentir incómodo, y estoy seguro de que el presidente Uribe y su familia no encontraron en mi comportamiento nada de lo que era yo hace 20 años: un periodista y columnista apasionado y ciego.
La vejez, si bien trae sus dolencias, nos toma de la mano con una característica muy particular: la madurez.
Eso y el afecto por doña Lina, a quien conocí escribiendo el libro sobre las primeras damas, me permitió tener el privilegio de asistir a ese almuerzo. Especial reconocimiento y gratitud con un enorme cariño por doña Lina. Fue ella el artífice de tan grato encuentro. Y hoy, y espero no abusar de su confianza, la siento como aquella amiga que he tenido toda la vida. Así las cosas, resulta fundamental que, en la vida, a pesar de los años o quizás por ellos, siempre nos demos una oportunidad de conocer a quienes en algún momento consideramos nuestros enemigos. Como no quiero meterle política a esta honrosa confesión, dejaré que sean los lectores quienes, espero sin apasionamientos, lleguen a sus propias conclusiones y aprovecho para desearles a todos una feliz Navidad.
Adenda. Ahora que me recuperé de una larga convalecencia, quisiera agradecerles a mis amigos sus palabras de aliento y solidaridad. “No hay mal que dure 100 años, ni cuerpo que lo resista”. Gracias también a los miles de oyentes de Blu Radio por sus mensajes.
