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Hoy hace una semana estábamos en el sepelio de un gran ser humano. Me refiero a Alfonso Gómez Lugo. Alfonsito, como yo le decía. Era hijo de dos personas maravillosas a quienes he querido por años: Alfonso Gómez Méndez y Rosa Lugo (ya fallecida). Este hecho, sin duda, explica, entre otros, la honestidad, amabilidad y benevolencia de Alfonsito y claramente de Rosita, su hermana.
La insondable, traicionera y perversa muerte se llevó a Alfonso, quien se destacó siempre por su generosidad, inteligencia, rectitud y gentileza. Era un anfitrión espléndido y su don de gentes era inigualable. Siempre trataba de complacer a sus contertulios, pues su munificencia era enorme.
Contaba Alfonso con un don maravilloso y era que podía sentar a dos enemigos y lograba que se convirtieran en compadres. No creo jamás haberlo oído hablando mal de alguien. Por el contrario, en medio de la magnificencia de su inmenso corazón quería a todo el mundo y todos los que lo conocimos lo queríamos profundamente. El profesor Alfonso Gómez Méndez, mi amigo, tutor y compañero es, tal vez, el padre más amoroso que yo conozco. Siempre pendiente de sus hijos: Alfonso, Rosita, Federico y María, con quienes habla a diario buscando siempre el bienestar de ellos. El destino privó ahora a Alfonso del amor de Alfonsito.
Quisiera poder tener la capacidad de reconfortar al doctor Gómez y a sus hijos, pero no he encontrado las palabras correctas, pues creo que no existen para cuando uno pierde a un hijo o hermano. Quienes me conocen saben que por lo general tengo buena capacidad de comunicar. Pues es tan dolorosa la partida de Alfonsito, que preferí hacerle con esta triste columna un pequeño homenaje que me hubiera encantado poderle hacer en vida. No creo que en mi oficio de columnista por más de 25 años me haya dolido tanto escribir una columna. Estoy seguro de que este maravilloso ser humano fue recibido en el cielo, en donde debe estar con Rosita, su mamá.
En el sepelio pensaba en lo vulnerables y frágiles que somos los seres humanos. Envejecemos rápidamente y perdemos mucho tiempo preocupándonos por nimiedades. Queda uno muy golpeado de ver morir a personas más jóvenes que uno, pues ese no es el orden de las cosas, como no lo es que enterremos a nuestros hijos.
Alfonsito hará mucha falta y estas no son unas palabras vacías, pues donde estuviera siempre traía felicidad. Tenía, además de todas sus magníficas calidades humanas, un gran sentido del humor. Era también un gran cocinero y anfitrión. Era tan buen chef que hacía alas de pollo rellenas, que jamás le he visto hacer a nadie más. Como si fuera poco, era un contertulio estupendo: informado, discreto, inteligente, dicharachero y bondadoso. En pocas palabras, un gran tipo.
Al profesor Gómez Méndez, mi amigo; a Rosita, Federico y María, unas palabras de solidaridad y cariño, pues saben cuánto los quiero desde hace muchos años. Alfonsito: harás mucha falta, amigo. ¡Descansa en paz!
