A lo Humphrey Bogart

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Fernando Araújo Vélez
16 de junio de 2024 - 02:10 a. m.
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Solo allí, entre las cuatro paredes de un teatro, muy a oscuras, expectante, me sentí a salvo del mundo, de sus miradas y sus juicios, y solo allí, ante el sonido que parecía meterse entre mi piel y mis huesos, y que emanaba de una simple pantalla que jamás fue simple ni un pedazo de tela ni un muro, sino vida, logré huir de mí. Por obra y gracia del cine fui un poeta maldito, un músico de compañía y un ermitaño que solo salía al mundo para decirle al mundo que era “un infierno habitado por almas atormentadas y demonios”. Fui espadachín, pirata y monje medieval, viví en los tiempos de Jesucristo, de Moisés, padecí el diluvio universal y, de alguna manera, fui Sansón, derribé las columnas del templo de Dagón y estuve enamorado de Dalila.

Por cinco, diez, veinte, cien o mil pesos, por el cine y con el cine logré ser otro cada semana, y a veces, hasta más de una semana, porque para mí ninguna película se acabó jamás con el temido letrerito de The End. Siguieron. Eran, fueron un cine continuo, como se llamaban las funciones que se iniciaban a las once de la mañana y terminaban a las diez de la noche, y por continuas, yo las imaginaba exhibidas sobre puntos y más puntos suspensivos, por decirlo de otra manera, con personajes suspendidos sobre ellos que jamás envejecían ni se mostraban aburridos, por más silenciosos, meditabundos y apáticos que parecieran, como los de Ingmar Bergman y unos cuantos de François Truffaut, Claude Lelouch y compañía.

Aquellos paréntesis diarios me alcanzaron para jugar, soñar, escribir y hablar, y sobre todo, para callar y soportar lo realmente aburrido de la vida, que en general era la vida. Ninguna realidad de la vida de todos los días era equiparable a las historias del cine, ninguna persona era digna de ser personaje de cine o siquiera de salir en los fotogramas que colgaban en los teatros con algunas de las escenas del filme que estaba en cartelera. Si la vida era tener que vivirla, por el cine, el olor del cine y el ruido de los proyectores de las cintas y las películas, claro, yo elegí jugar a vivir a lo Humphrey Bogart en Casablanca, con un eterno cigarrillo pegado a los labios y una sonrisa casi siempre a punto de aparecer.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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Maria(03461)16 de junio de 2024 - 04:17 p. m.
Otros tiempos, otras costumbres, definitivamente.
Maria(03461)16 de junio de 2024 - 04:15 p. m.
Muchas gracias por tantos recuerdos.
Maria(bdiql)16 de junio de 2024 - 01:43 p. m.
Me encanta, me lleva sin proponerme, a esas vivencias de juventud, gracias
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