Publicidad

Calló la vida

Fernando Araújo Vélez
21 de enero de 2023 - 11:00 p. m.

Por aquellos tiempos en los que las revistas contaban la vida como si fuera de película, había una, argentina y de fútbol y otros deportes (El Gráfico), que le daba siempre dos o tres páginas a un señor de nombre Osvaldo Ardizzone, que hacía de las palabras, escenas, y de las escenas, dramas, y de los dramas, pequeñas novelas. Aquel señor escribía que después de que hacía un gol, un puntero izquierdo con el 11 en la espalda, como se usaba entonces, salía a correr hacia la tribuna con el gol pintado en su boca y una canción de Horacio Guarany que decía, “Si se calla el cantor, calla la vida”. Aquel tipo, Óscar Mas, era el cantor en el fútbol, o uno de los cantores del fútbol, y era la vida y la fiesta en las canchas. Cuando dejó de jugar, a fines de los 80, se llevó consigo sus goles de volea, sus piques electrizantes, las gambetas que se guardaba para las tardes de domingo con la camiseta de River Plate, el 11 en la espalda y su canto.

Luego de ru retiro, y por algunos años, pareció esfumarse aquella frase de “Qué ha de ser de la vida si el que canta no levanta su voz en las tribunas”. Las tribunas callaron, o cambiaron de cantos, que era casi lo mismo, y aquel nuevo silencio, o por lo menos eso me pareció a mí, se fue expandiendo durante un año, una década y otra más y muchas más. Pasó de las canchas a las tribunas, y de las tribunas a la calle, y de la calle a las casas, y como en una novela del absurdo, los cantores pasaron a ser simples cantantes que cantaban para vender discos, y los futbolistas comenzaron a jugar para vender sus goles y sus gambetas, y los hinchas empezaron a ser sin saberlo ese muy oscuro objetivo de los vendedores, que en aras del “show”, prohibieron las manifestaciones humanas, las celebraciones, algunos cantos que ellos consideraban peligrosos, y proscribieron una y mil veces a algunos jugadores a los que también consideraban peligrosos.

La epidemia de prohibiciones se multiplicó con la aparición de las redes sociales y demás. Cualquiera -vendedor, vendido, contratista o contratado, subordinado o poderoso- tenía y tuvo un veto a la mano, una denuncia, una condena, y todos se convirtieron en jueces, los jueces supremos e infalibles de lo que ellos consideraban, de lo que ellos habían determinado como bueno o malo, como inadmisible o permitido. A fuerza de linchamientos, se transformaron en la ley y el orden, y más allá, en los ejecutores de la nueva moral, y la nueva moral dictaminó que había que enterrar el pasado. La nueva moral arrasó con los museos, con viejos y muy viejos textos, cuentos y poemas y novelas, con las películas antiguas y el teatro, y exterminó, a golpe de clicks y a veces, de clicks de plomo, a aquellos cantores de antes. Los calló, y sin darse cuenta siquiera o sin que importara mucho, calló la vida.

Si le interesa seguir leyendo sobre El Magazín Cultural, puede ingresar aquí 🎭🎨🎻📚📖

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar