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El Caminante

Como una fina lluvia de trazos

Fernando Araújo Vélez
02 de octubre de 2021 - 10:56 p. m.

Si fuera un asunto de preferencias, yo haría una biblioteca llena de manuscritos. Me sentaría todas las tardes a leer y a releer alguno, buscando en la caligrafía alguna señal del pasado de quien lo escribió, un indicio de su educación, de sus gustos, y en la composición de sus frases, una o cientos de muestras de lo que pensaba y sentía, más allá del texto. Papel, tinta, espacios, formas y estructura, o desestructura, iría llenando una libreta con cada descubrimiento, y trataría de ser consciente con cada hallazgo de que un manuscrito realmente es único, y es original, verdaderamente original, un origen, y es honesto, o uno de los testimonios más honestos que pueda haber. No se escribe un manuscrito para ganarse un premio, para salir en los diarios, para que sea publicado y una autoridad, sea cual sea, decida que es digna de leerse en una feria o en cualquier otro lugar.

Se escribe para dejarle constancia de algo a un posible fantasma, y más que nada, para enfrentarse a uno y a un papel, sin más falsedades que las pocas que puedan desprenderse de un capricho de forma o de una mentira que adorne a algún personaje. Se escribe para desmenuzar el proceso, para vivirlo con plenitud, para entender que lo importante en la vida es más el camino que la meta, y más, mucho más, el tener un motivo para levantarse cada mañana que la perturbadora y adicta acumulación de trofeos y de aprobación. Un manuscrito es elegir cada palabra con la convicción de que esa palabra va a quedar para siempre en un papel, de que no habrá opción de borrarla ni de cambiarla, o la habrá, pero cada borrón y cada tachón serán un pequeño atentado contra la credibilidad del texto, y por lo tanto, contra la credibilidad del autor, que en últimas, es lo más valioso de cada quien.

Un manuscrito es como jugar a ser dios, y cual dios, crear un mundo. Es juego y es derrota y es una eterna victoria sobre uno. Es ajustar cuentas con los enemigos y los amigos y los indiferentes, con los poderosos y los subyugados y los que posan de marginales, sin que ellos lo sepan, y por lo mismo, sin que tengan ninguna clase de influencia en ese ajuste y sin que esperemos nada a cambio de ellos. Un manuscrito es como una fina lluvia de trazos que se juntan para volverse testimonios que caen sobre una hoja y la empapan de significados, de pasado y de futuro, dándole peso y gravedad a los hechos, y a lo escrito, y a esa hoja, más allá de su aparente fragilidad. Es como una declaración de principios, de elecciones y voluntades, y un registro de hechos cuya veracidad, en realidad, es poco menos que importante.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

Magdalena(45338)03 de octubre de 2021 - 01:17 a. m.
Tiene razón ,no se escribe para ser admirado,o volverse rico,porque se perdería la creatividad que imán que atrae al lector. Los premios son estimulantes pero no son el fin de un escritor.Lo imperdonable es que la producción literaria, se valore con sesgos políticos.
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