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Si fuera por guardar, por coleccionar diminutas cosas, silencios, imágenes borrosas y tal vez hasta imaginarias, yo guardaría la del señor que sale todas las mañanas al parque a correr con su perro, las de todos los perros del mundo, y la de un viejo estadio al sur de Londres, el King George’s Field, donde jugaba un equipo desaparecido ochenta años atrás, el Corinthian FC, fundado por unos locos idealistas que le apostaban al juego por el juego y al ganar sin necesidad de ensayadas argucias. Guardaría el ruido del tren que pasa a media tarde por encima de su vetusta gradería, y saltaría al campo para tocar la grama que pisaron aquellos tipos que despreciaban las decisiones de los árbitros, incluidos los penaltis, pues no querían dirimir los asuntos de la pelota dándole poder a un tercero, por muy juez que fuera.
Si fuera por guardar, si pudiera guardarlas, congelaría las imágenes que describió Antonio Tabucchi en una de sus novelas, cuando a bordo de otro tren, un hombre le ofrece su brazo a una señora que camina con bastón y le pide de antemano perdón por su atrevimiento, explicándole que van cruzando una zona con muchas curvas y que es posible que pierda el equilibrio. Si fuera por guardar, guardaría ese gesto y todos los gestos de aquellos que se disculparon por hacer un favor, pues para ellos, y en sus tiempos, hacer un favor era insultar al otro, y más allá del insulto, significaba tener un poder sobre el otro. El favor era y siguió siendo un poder, como el elogio, el premio, la distinción y la mayoría de nombramientos, y muchos, más tarde o más temprano, cobraron y cobran esos poderes, como en cualquier película de intrigas.
Si fuera por guardar, guardaría las primeras sonrisas de los niños, y sus primeras furias, y su inocencia, y la fuerza y el valor de quienes se jugaron la vida por una tierra y su familia y el futuro y el pasado, y la locura de Beethoven componiendo cualquiera de sus sinfonías, y los borradores de las obras de Nietzsche y Dostoievski y los de los libros de casi todos los escritores que he leído, y la hoja en la que Luther King puso que pensar era un deber moral. Si fuera por guardar, si pudiera, buscaría la hoja en la que Joan Manuel Serrat debió escribir Cada loco con su tema, y subrayaría con un énfasis muy especial la parte en la que anotó “prefiero tomar a pedir”.
