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Entonces, y por unos cuantos días, volví a otros tiempos, lejanos tiempos, y de a pocos fui recuperando algunos detalles de humanidad perdidos en viejas canciones de Aretha Franklin o de Charles Aznavour, en libros de Kafka o de Tolstói, y en imágenes de películas de Truffaut o de Hitchcock. Rescaté frases, colores, descripciones, sonidos, hábitos, y entre toda aquella melancolía fui constatando que cada pequeño acto de búsqueda tenía un propósito y encarnaba una, varias razones de ser, y una, varias consecuencias. Había elegido. Había elegido en vez de haber sido elegido.
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Había elegido escuchar Let it be en la versión de coros góspel de Aretha Franklin entre cientos de opciones, y aquella elección me había llevado a la de John Lennon, y en la búsqueda me había topado con Charles Aznavour y Venecia sin ti, y a los discos de Frank Quintero, un venezolano que letra tras letra hablaba, cantaba, sin necesidad de literalidades, sobre la importancia de lo pequeño, de la descripción y lo sencillo. “Cierra los ojos y con suavidad deja descansar tu cabeza hacia atrás…”. En la medida en que buscaba, comprendía que en aquel gesto de pasar y pasar discos y libros y cintas de video había infinidad de recuerdos entreverados, de reencuentros y elecciones.
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En una palabra, había un montón de decisiones, y en una frase que alcanzó a sorprenderme, e incluso a maravillarme, había miles de elecciones de mi pasado que con el tiempo se habían despojado de sus cargas de bien y de mal, porque cada disco y cada libro y película habían sido una decisión, sí, pero también habían originado otras decisiones, me habían llevado a distintas acciones. Por una canción, por citar un ejemplo, me endeudé hasta donde no podía para desviarme varios cientos de kilómetros de mi destino inicial y llegar a Venecia para cantar allí Venecia sin ti.
Y para seguir con los ejemplos sueltos, por un libro, Anna Karenina, me enredé en un adulterio, y por una película, El ladrón de bicicletas, mentí una y varias veces.