Dostoievski comenzó a definir su obra con el concepto de “realismo fantástico” en sus columnas del periódico “El Tiempo”, fundado y dirigido por él y por su hermano Mijaíl en 1860, y lo hizo para explicar por qué los cuentos de Nikólai Uspensky, sobre todo uno titulado “Grushka”, en el que describía y solo describía al pueblo, generaban “confusión y no exactitud”. La prensa rusa radical, que clamaba y luchaba por una absoluta revolución, palabras más y palabras menos había afirmado casi con jactancia que por fin alguien había escrito la verdad sobre el pueblo, sin adornos. Entre otras tantas cosas, Dostoievski dijo entonces que en general, el artista “elevaba a la conciencia algún aspecto de la vida que antes había existido en la oscuridad”.
Luego aclaró que Uspenski solo había descrito escenas y cuadros y más escenas y más cuadros, como si hubiera puesto un daguerrotipo en una plaza pública, según lo reseñó Joseph Frank en uno de los cuatro tomos de su obra sobre Dostoievski, que en otro de sus comentarios afirmó que no era cierto que Uspenski le “hubiera aportado algo nuevo al retrato del pueblo”, como repetían los radicales, pues eso ya lo habían realizado Lev Tolstoi, Iván Turgueniev y Aleksandr Ostrovski tiempo atrás y con lujo de detalles. Dostoievski rechazaba la idea de que el artista fuera un simple copista de la realidad, e insistió en varios de sus textos periodísticos en que el arte y todas las artes mostraban una realidad, pero que no tenían mucho valor si el autor de una obra no re-creaba esa realidad.
La re-creación de la realidad por parte del artista, la subjetividad, el punto de vista, fue lo que él llamó “fantasía”. Más tarde, dejó en claro que esa “fantasía” debía partir de una realidad y estar orientada hacia ella, desde una sucesión de espacios, de decisiones y hechos, de trazos, que componían el “realismo”. Para Frank, “Precisamente como tal ‘realismo fantástico’ definirá más adelante su quintaesencia artística”. Ochenta y siete años más tarde de la publicación de aquellas columnas, el escritor venezolano Arturo Uslar Pietri escribió el término “realismo mágico” en uno de los apartes de su libro “Letras y hombres de Venezuela”, y explicó que aquel concepto surgió inconscientemente por unos textos que había leído de un crítico llamado Franz Roh, quien diez años antes había bautizado una moda postexpresionista como “realismo mágico”.
El resto de la historia comenzó a gestarse en los 60, a partir de Juan Rulfo y “Pedro Páramo” y de García Márquez y “Cien años de soledad”. Con ellos y por ellos y un puñado de escritores más, el “realismo mágico” se convirtió prácticamente en un sello donde cupieron lo posible de lo imposible, lo real y lo ficticio, lo político, lo judicial, lo nacional, lo populista y lo popular y todas las derivaciones imaginables e imaginarias, inmerso en una avalancha de artículos, comentarios, reseñas y publicidades, que terminaron por borrar de la historia a Uslar Pietri y a Franz Roh, y relegaron el concepto de “realismo fantástico” de Dostoievski a un perdido pie de página.