Publicidad

Dime cómo reaccionas y te diré quién eres

Fernando Araújo Vélez
24 de diciembre de 2023 - 11:00 a. m.

Y escaparme por entre los tejados como los gatos sin dueño de la canción de Sabina, y de paso, también, como en la escena de alguna película vieja o de una novela de Mark Twain, sentarme al borde de una ventana con los pies colgando hacia la noche y mirar el mundo recién oscurecido, con sus titilantes lucecitas de arrabal recién encendidas, y dejarme llevar, y pensar que todas esas luces, y los tejados, Sabina, los gatos y los perros, Twain y las películas y los libros y el arrabal y tantas cosas más, fueron algunas de las cosas que originaron mis “primeras reacciones” en la vida, las de ayer, las de antes de ayer y las de hoy, y recordar algunas de mis reacciones al romper y unas cuantas de las tantas reacciones espontáneas que he visto y percibido día a día, me han llevado a concluir que por esas reacciones, por esos impulsos, he podido empezar a vislumbrar la esencia de cada quien, porque mis primeras reacciones, y las de esta y aquel, no saben ni entienden de disfraces ni de antifaces ni de frases hechas o poses. Muestran lo que somos ante el pánico o ante el dolor, ante el amor, la alegría, el ocaso, la furia, la decepción o la ilusión, ante la desesperación, la angustia, la paranoia, una persecución, alguna sospecha o un golpe.

Nuestras primeras reacciones nos desnudan, aunque hagamos lo posible y lo imposible para que nadie las vea, para que nadie nos vea en ellas y por ellas. Dejan al descubierto nuestros más pérfidos deseos y nuestros más genuinos brotes de bondad. Es probable que la más poderosa razón por la que matamos, robamos o mentimos sea porque vemos todos los días y las noches cómo nos matamos, nos robamos y mentimos entre nosotros, y de ahí hacia atrás y hacia adelante. Reaccionamos con lo que somos, y somos mucho de lo que vimos y oímos, humanos y tan complejos e intrincados, que un día nos damos cuenta de que tal vez lo que nos ofendió de haber insultado a alguien que nos robó una libreta, un reloj o un simple beso, no fue el robo, sino que el ladrón descubriera lo débiles, precarios y salvajes que fuimos, o sea, lo silvestre de nuestra primera reacción, y a la mañana siguiente quizá reaccionamos “impulsivamente”, desviviéndonos por agradecerle con hechos y palabras a una señora que nos dio la mano mientras caíamos, cuando en realidad solo nos liberábamos de la eterna condena de tener que devolverle su ayuda. Cría cuervos y te sacarán los ojos, como decía el muy viejo proverbio. A nadie le gusta deber, porque en el fondo, muy en el fondo y muy a solas, todos sabemos que deber, en cualquiera de sus formas, es ser, depender un poco de quien nos ayudó.

Nos gusten o no, lo hayamos pensado o no, nuestras primeras reacciones, nuestros primeros impulsos, son, palabras más, palabras menos, el compendio más certero y el diagnóstico más preciso de nuestra infancia, de lo que nos impactó de niños, de lo que nos faltó, de quiénes y cómo eran los amigos con los que jugábamos a las canicas o a la pelota hasta que se iba el sol, y de nuestras familias, y del barrio y la tienda y la iglesia y la escuela y la televisión y los periódicos, y de las películas que vimos, por supuesto, y son, también, el resultado del fondo y el contexto que vivimos años más tarde, durante la adolescencia y los comienzos de la adultez, con los primeros amores y sus desamores, e incluso, en ocasiones, son un retrato detallado de lo que fuimos viendo y entendiendo algunas décadas más tarde, cuando por el paso del tiempo y lo vivido, de lo sentido y lo pensado y el mundo y las noticias y los rumores y conversaciones, dejamos a un lado los furores para tratar de comprender más y mejor, y cambiamos de fuerza, de tono y de color, y también, claro, de impulsos, o de primera reacción.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

Luis(74847)27 de diciembre de 2023 - 12:18 a. m.
Buena columna, nos cuestiona y hace reflexionar, suficiente para tener la atención del lector.
Hector(11585)26 de diciembre de 2023 - 01:31 a. m.
¡Qué bobada! ¡Qué estilo de escritura tan atropellado y aburrido! Tanta deformación del lenguaje para decir nada.
Hector(11585)26 de diciembre de 2023 - 01:28 a. m.
¡Qué bobada! ¡Y qué estilo de escritura más atropellado y aburrido! Tanta deformación del lenguaje para decir nada.
Arnulfo(94725)25 de diciembre de 2023 - 04:50 p. m.
Excelente! Felicitaciones. Felices días.
Atenas(06773)25 de diciembre de 2023 - 01:08 p. m.
Como de costumbre, profundo e interesante, Fernando. Tus dominicales cogitaciones en prudente silencio degusto y acumulo, como esta, referida a lo q' sabía sentencia afirma:" Cada quien da de lo q' tiene". ¡Y cómo se confirma q' a diario se corre el riesgo de q' sea un activo perdido! Atenas.
Ver más comentarios
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar