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Dioses, y humanos creídos dioses

Fernando Araújo Vélez
05 de noviembre de 2023 - 02:10 a. m.

Los convencieron de que el mundo y la humanidad, las fieras y las no tan fieras, los astros, el Sol y todas las lunas giraban a su alrededor, por eso su amor se transformó en un odio profundo y eterno cuando los rechazaron o les negaron el más inocente de los juguetes, y por eso, también, sus amistades se convirtieron en enemistades cuando los ignoraron o no les dieron gusto hasta en el más banal de los caprichos. Eran apenas humanos, pero les hicieron creer que eran dioses desde que nacieron, hasta que de tanta venia y tanta obediencia a su alrededor se convencieron de que lo eran, y ya sabemos, muy bien sabemos que los dioses no admiten, no conciben siquiera un asomo de rechazo. Los dioses ni juegan ni dialogan ni negocian ni toleran. Los dioses no ceden, nunca cedieron.

Los dioses exigen obediencia absoluta. Que no se les discuta, que no se dude de ellos y, por supuesto, que no se cuestionen sus designios, que son, fueron y serán sagrados. Los dioses imponen, los dioses obligan a que se les ame, y si acaso alguien llegara a no amarlos, que sienta temor y solo temor por ellos. Han vivido solo sus vidas y en total soledad, y quien no viva según sus mandamientos y para su gloria, perecerá en vida y para toda la eternidad, por los siglos de los siglos. Los dioses jamás pudieron convivir con otros dioses, tal vez porque lo querían, porque lo ne-ce-si-ta-ban todo para ellos: así de inmensas eran sus carencias. Sin embargo, nunca se detuvieron a pensar en ese tipo de nimiedades: jamás quisieron verse y tampoco les importó.

Como cada uno de los humanos con ínfulas de dios, jamás le dedicaron un segundo de su tiempo a verse. No se vieron, no se veían, pues se acostumbraron a que los tristes y mortales humanos los vieran, y más allá de verlos, a que los aplaudieran y los ovacionaran, y con el tiempo y en estos tiempos, les exigieron que les dieran likes, superlikes y les pusieran corazones a sus ocurrencias, porque la moral, como todo, se transforma, y la moral de esta época es la moral del algoritmo, del like y la medición. Soberbios, ególatras, arrogantes en ocasiones, vanidosos casi siempre, implacables y hasta delirantes, unos y otros han sabido respetarse a través de los siglos y han mantenido una larga y distante relación, pero a la hora de las verdades, que usualmente es la última hora, los segundos terminan por verse un poco al tener que rendirles cuentas a los primeros y depender de su juicio.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

Juan(3racf)07 de noviembre de 2023 - 12:30 a. m.
Palabra de Dios.
Flor(3922)06 de noviembre de 2023 - 05:36 p. m.
Gran artículo de Fernando Araújo Vélez sobre la omnipotencia inmerecida de los dioses. José Saramago, el gran humanista ateo, decía:·en nombre de Dios y de las religiones, se han cometido los peores crímenes de la Humanidad". Ahora está ocurriendo la espantosa tragedia del exterminio de Palestina, por cuenta de los crueles líderes de Hamás y del estado de Israel.
OSCAR(16632)05 de noviembre de 2023 - 11:54 p. m.
Es la mejor figura literaria para retratar el conflicto palestino-Israelí. Que buena metáfora.
Atenas(06773)05 de noviembre de 2023 - 09:51 p. m.
Fernando, qué elegancia la tuya, qué sutileza tan bien labrada pa salir con esta aterrizada columna sobre hombres q’ se creen falsos mesías sin decir q’ es una indirecta pa el sofista Petro.
  • Sancho13(17834)14 de noviembre de 2023 - 05:30 p. m.
    Jajajaja,este por su odio visceral a Petro,no entendió la columna
  • Bernardo(31155)05 de noviembre de 2023 - 11:37 p. m.
    Es una directa para furibe y el tontaton de DesAtinas....
luis(89686)05 de noviembre de 2023 - 03:06 p. m.
Tal cual, como dicen los argentinos.
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