Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La noche del 7 de enero de 1863, cuando falleció Mary Burns, su novia y amante, Friedrich Engels, le escribió una carta a su compañero y amigo Karl Marx, cuyo encabezado era “Querido Moro”, como solía llamarlo en privado. En seis líneas le anunciaba que “Mary ha muerto”, y que sencillamente no podía expresar lo que sentía. Se despidió con un “Suyo, F.E.”. Marx le respondió pocas horas más tarde. Luego de decirle que “La noticia de la muerte de Mary me sorprendió no menos de lo que me ha dolido. Era tan buena, ocurrente y tan apegada a usted…”, escribió que “Solo el diablo sabe por qué la desgracia persigue a todos los de nuestro grupo en este preciso momento. Yo ya tampoco sé qué hacer…”.
Marx debía varias cuotas del colegio de sus hijas y de la renta de su casa. Nadie le otorgaba créditos y su mujer, Jenny, lo culpaba “por no haber alertado antes a Engels de su maltrecha situación”, según lo reseñó Francis Wheen en su biografía “Karl Marx”. Desde hacía tiempo Engels le enviaba dineros a Marx, fundamentalmente, para que pudiera seguir trabajando en “El capital” y por las clases obreras de Europa. Al final de su misiva escribió: “Es horriblemente egoísta contarle todos estos ‘horreurs’ en este momento. Pero es un remedio homeopático. Una calamidad sirve para aliviar otra. Y en resumidas cuentas, ¿qué otra cosa puedo hacer?”.
Marx y Engels se escribían casi todas las semanas. Se contaban sus intimidades y se explayaban en opiniones sobre el curso de la humanidad. Incluso, algunos artículos que firmó Marx habían sido escritos por su amigo, y entre los dos habían creado una especie de nuevo lenguaje para que nadie pudiera comprender lo que decían o escribían. Al recibir la carta de su “Querido Moro”, Engels decidió callarse. Dejó que pasara el tiempo. Pensó. A los cinco días, le respondió su carta de pésame con un “Querido Marx” de encabezado. “Entenderá que, esta vez, mi propio infortunio y la glacial forma en que usted lo ha tomado me hayan hecho verdaderamente imposible contestarle antes…”.
Unas líneas más abajo le aclaró que hasta sus “conocidos más necios” le habían dado “prueba de mayor solidaridad y amistad”. Marx se había arrepentido de su carta apenas la dejó en el correo. “Hice mal escribiendo esa carta, y me arrepentí de ello en cuanto la eché al correo”, le contestó tres semanas más tarde, cuando ya había acordado con su esposa declararse insolventes ante los tribunales de quiebras, y tenían decidido que sus hijas trabajaran como institutrices. “Generalmente, en esas circunstancias, mi único recurso es el cinismo”, concluyó. Engels le agradeció por su franqueza, se alegró de no haber perdido “también a mi mejor y más viejo amigo”, y volvió a decirle “Querido Moro”.
