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El plagio de vivir


Fernando Araújo Vélez

20 de julio de 2024 - 09:10 p. m.

Yo te plagio, tú me plagias, y entre los dos plagiamos a nuestros ancestros y al vecino, a la señora que sale cada mañana a trotar, y con descaro le robamos las ideas aunque sea por unos cuantos segundos al columnista que escribe en un diario. Nos plagiamos los unos a los otros, y entre unos y otros somos plagiados. Cuando escribimos, tomamos ideas de libros escritos por personajes que en su tiempo y a su manera plagiaron a otros personajes en una eterna sucesión de plagios, y lo hacemos con unas cuantas palabras, algunos vocablos, signos, señas, ritmos, normas ortográficas y un orden creados por otros hace cientos o miles de años.

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Pintamos, bailamos, cantamos y construimos sobre la base de un plagio que a su vez fue plagio de otros plagios. Vivir es un plagio, para plagiar a Emil Michel Cioran, quien decía, escribía, que “existir es un plagio”. Vivir es un plagio natural, desde lo natural y con toda nuestra naturaleza, por supuesto, desde el respirar, el caminar y mirar hasta el comer y etcétera, pero también es un plagio desde nuestras decisiones, pese a que la mayoría de las veces ni siquiera seamos conscientes de ello. Nos plagiamos desde la escuela y en la escuela, cuando un eminente plagiador nos instruye en el arte del plagio y nos obliga a plagiar, aunque use otras palabras.

Luego nos plagiamos en la calle y en la casa, vía celular, tableta, computador o televisión, cuando copiamos al otro en sus maneras de vestirse, de andar, de comportarse y hablar, e incluso de callar. Somos un plagio de cientos de miles de plagios. Nos usamos entre todos como plagios y nos regulamos como plagios, acatando las normas decididas e impuestas por una espiral ascendente de plagiadores mayores que han logrado hacer del plagio un multimillonario negocio en el que la regla de oro es que se multipliquen a cada minuto los plagios de comidas, vestidos, viajes, modas, películas, lecturas, juegos y espectáculos, creencias, amores, hábitos y apuestas.

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Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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