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El último vuelo de Antoine de Saint-Exupéry

Fernando Araújo Vélez
05 de enero de 2025 - 11:10 a. m.
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El tiempo de los humanos del que hablaba el zorro en El Principito, “Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada”, y sus sentencias sobre esos mismos hombres, que compraban “cosas hechas a los mercaderes”. La sugerencia que le hacía al principito para que lo visitara siempre a una misma hora y así empezar a sentirse feliz con antelación y prepararse, “porque los ritos son necesarios”, y su petición de que lo domesticara, “Serás para mí único en el mundo. Seré pera ti único en el mundo”, y su afirmación sobre lo esencial, que “es invisible a los ojos”, llevaban un poco más de un año dando vueltas por las pocas bibliotecas y librerías que aún estaban abiertas en Francia a finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando el autor de aquel pequeño libro, Antoine de Saint-Exupéry, desapareció a 15 kilómetros de la costa de Marsella.

Antoine Marie Jean-Baptiste Roger, conde de Saint-Exupéry, se había dedicado a escribir para comprender el mundo y los humanos, y mientras prestaba servicio militar se apasionó por los aviones y voló, tal vez para sentirse por encima de ese mundo y sus humanos. En 1926, y cinco años más tarde, en el 31, en los intervalos de sus vuelos repartiendo cartas por Europa, África y América, escribió sus dos primeros libros, El aviador y Vuelo nocturno. Cuando se esfumó sobre el mar Mediterráneo, el 31 de julio de 1944, piloteaba un Lightning P38. Se había ofrecido para sacar impresiones fotográficas de los escuadrones alemanes de la Wehrmacht, que por aquellos días, ya casi a finales de la Segunda Guerra Mundial, se preparaba para sus últimos ataques, los coletazos postreros. Saint-Exupéry quería ser héroe, un héroe de carne y hueso y medallas.

Deseaba ser condecorado por su valor y eficacia, pero acabó siendo una especie de fantasma, e incluso hubo quienes años más tarde dudaron de que alguna vez hubiera existido. Con el pasar del tiempo, distintos buscadores de tesoros aseguraron haber hallado una pulsera grabada con sus iniciales en el fondo del mar, y algunos de los restos de su avión, el Lightning P38. Aparecieron algunos testigos de su vuelo, y un viejo piloto de guerra alemán, Horst Ripper, confesó que él había derribado el avión de Saint-Exupéry. “Todo ocurrió cerca de Toulon. Él volaba 3.000 metros más alto que yo, que estaba efectuando una misión de reconocimiento. Vi sus insignias tricolores y maniobré para instalarme a su cola y derribarle”, les dijo a los periodistas Luc Vanrell y Jacques Pradel, autores del libro Saint-Exupéry, El último secreto.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com

 

Alba(46837)06 de enero de 2025 - 06:05 p. m.
Bien bonita columna
Juan(82042)06 de enero de 2025 - 08:06 a. m.
Muy maravillosas sus columnas; nada q ver con Felipe Zuleta.
Magdalena(45338)06 de enero de 2025 - 01:42 a. m.
Deberían promover la lectura ,por entregar.
Eugenio(20023)05 de enero de 2025 - 06:36 p. m.
me parecido haberla leído anteriormente de su misma pluma.
jose(lr3j3)05 de enero de 2025 - 04:27 p. m.
Excelente columna, desglosa en forma maravillosa los entrecomillados del autor.
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