Dos años después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, noviembre del 63, Charles William Thompson, un diplomático del gobierno de los Estados Unidos convencido de que Harvey Lee Oswald había planeado el crimen desde México, habló con Elena Garro y le preguntó si conocía a aquel hombre. Ella le respondió que lo había visto unos días antes del crimen en una fiesta de twist. Oswald, dijo, les diría millares de veces a quienes le preguntaron, iba vestido con un saco negro de cuello alto y miraba casi siempre al piso. Estaba acompañado de dos norteamericanos y de cuando en cuando conversaba con una secretaria de la embajada de Cuba, Silvia Durán. “Eran amantes, fueron amantes”, aseguró, y agregó que al día siguiente de la fiesta los había visto caminar por las calles de Ciudad de México.
Luego contó que había guardado silencio desde el día del asesinato por miedo a quedar involucrada en algo tan lejano y distante, y tan peligroso, por pánico a los comunistas, y fundamentalmente, porque estaba segura de que la iban a tachar de loca si afirmaba que tenía fundamentos para considerar que Oswald había ido a México para planear la muerte de Kennedy, y que en el crimen estaban involucrados muchos personajes, comenzando por Silvia Durán. Sus declaraciones fueron a parar a la nada, igual que las investigaciones de Thompson, y a los dos los declararon “lunáticos”. Ni a los estamentos políticos y de seguridad de los Estados Unidos ni a los de México les interesaba que sus teorías se propagaran. Thompson se suicidó en el 71. Garro pasó sus últimos años enclaustrada en una casa repleta de gatos y falleció en el 98.
En noviembre del 68, pasados tres años de los interrogatorios de Thompson, y luego de que el 2 de octubre el ejército mexicano arrasara con miles de estudiantes en Tlatelolco, Ciudad de México, dejando más de 330 muertos y centenares de heridos, Garro se enfrentó a los intelectuales de izquierdas y los culpó de sus muertes, del miedo, del dolor. “Yo culpo a los intelectuales de ser los gestores de cuanto ha ocurrido -afirmó-. Esos intelectuales de extrema izquierda que lanzaron a los jóvenes estudiantes a una loca aventura que ha costado vidas y provocado dolor en muchos hogares mexicanos. Ahora como cobardes, esos intelectuales se esconden... Son los catedráticos e intelectuales izquierdistas los que los embarcaron en la peligrosa empresa y luego los traicionaron. Que den la cara ahora. No se atreven. Son unos cobardes”.
Días antes, algunos de aquellos intelectuales, como Leonora Carrington y Carlos Monsiváis, la habían acusado de haber tenido pactos con el entonces presidente, Gustavo Díaz Ordaz y de haber hablado más de la cuenta en los interrogatorios de las centrales de inteligencia. “La cantante del año”, la llamó Monsiváis. Octavio Paz, su esposo desde el 37, salió en su defensa y calificó a los intelectuales de “putas de las revoluciones”, pese a sus infinitas diferencias, y a que Garro hubiera dicho y escrito, “Yo vivo contra él, hablé contra él, tuve amantes contra él, escribí contra él… Todo lo que soy es contra él”.