En estado de escribir se me abren todos los sentidos. Lo que ayer podía ser anodino hoy es esencial, lo que hace un año se me hacía indiferente hoy es la vida, lo que no era más que un cúmulo de sensaciones hoy tiene un orden. Voy, percibo, pienso, concluyo y luego vuelvo a concluir. Cada imagen que se me atraviesa es un posible texto, y cada texto, un permanecer, un congelar la imagen y hacerla imperecedera. Oigo voces, veo luces. Las voces y las luces sólo existen porque las podré escribir, y el escribir será, realmente, perderme y encontrarme en otro mundo, en otro tiempo, con personajes que han revivido gracias al escribir.
En estado de escribir hay una página y mil páginas en blanco, que serán la oportunidad de contar la historia que yo elija, y de levantarme cada mañana con la ilusión de plasmar en esas páginas lo que yo decida. Quien no me amó me amará allí, y quien me ofendió pagará las consecuencias. En estado de escribir me invento y me reinvento en las letras. De esas letras me contagio y comprendo que uno no es, sino que se va transformando, porque se va haciendo, y que lo importante es la voluntad.
Comprendo que sin un proyecto, escribir en este caso, estaría del todo perdido, pues todo lo que en realidad es un medio para, sería un fin: el trabajo, el dinero, eso que llaman amor, el hogar, soñar con la chimenea y los pedazos de leña que crujen y el fuego. Sin un proyecto que vaya más allá de lo que nos vendieron como verdaderos objetivos, la vida sería un amontonamiento de sucesos y palabras efímeros, diluibles y diluidos. Un existir. Un respirar. Un ir a la moda, como en un desfile. Con esa pasividad de estos tiempos que nos aniquila.
En estado de escribir retomo sentencias y conceptos e incluso palabras que algunos, pactos de mutua conveniencia de por medio, hicieron que pasaran de moda, como conciencia de clases, subversión, dialéctica y revolución, y desentierro una y mil veces a quienes la historia tachó para que no existiera la posibilidad de que alguien quisiera ser como ellos. En estado de escribir me sumerjo en lo que llaman idealismo, y me convenzo de que son los textos los que me han herido, motivado y transformado en esencia, no la política ni los políticos, y que no hay una forma de escribir, porque escribir no es una ciencia matemática, digan lo que digan y quieran decir los críticos y los teóricos.