En aras de la más absoluta honestidad, tendré que admitir que voy por la vida en primera persona, que soy el centro de mi mundo aunque no lo quiera, que maldigo a los egoístas porque sus actos afectan mi egoísmo, y que todo lo veo a mi manera, desde mi perspectiva, desde mis colores y mis formas, simplemente, porque mi infancia, mis viejos amigos, la escuela, mis hermanos y mis padres, mis juegos, mis amores y desamores, mis odios, algunos libros y mil canciones me crearon y soy el resultado de todo eso, igual que usted e igual que aquél.
Si escribo en primera persona es porque en un alto grado de decencia, he comprendido que no soy quién para escribir en tercera persona y dármelas de dueño de verdades. No soy omnisciente ni omni nada, soy un simple mortal con sus propias verdades, muy lejanas de La verdad, por eso intento tomar distancia de aquellos que dicen “esto es muy malo” o “esto es muy bueno”. Esos ‘es’ son afirmaciones absolutas que en últimas no pueden ser más que afirmaciones individuales, porque, lo aceptemos o no, somos individuales. Somos solos, eternamente solos.
Voy en primera persona y todo en mí son dudas e interpretaciones, y desde esas interpretaciones voy concluyendo que las historias omniscientes, las que van en tercera persona, son y tienen que ser una mentira que se disfraza de verdad y se cuelga del calificativo “objetividad”. Mientras más verdaderas parezcan las noticias que salen en los noticieros y en los periódicos y revistas, más beneficiarán a quienes las publican, porque con esas verdades seguirán manteniendo el estado de cosas que los ha enriquecido, porque ellos venden, venden siempre.
Venden amor, venden vida, venden ilusiones, venden necesidades, venden nacionalismos, venden familia, venden éxito y todas sus ventas llevan caretas de objetividad, y todas sus ventas están sustentadas en la credibilidad de la tercera persona. Voy por la vida en primera persona, suplicando que nadie se tome tan en serio mis palabras, que dude de ellas, pues en últimas, sólo son una opinión, una opinión entre miles de millones de opiniones, y en primera persona recuerdo que no hay arte, hay artistas; que no hay amor, sino amantes; que no hay literatura, hay literatos, y así podemos seguir con la lista.
En primera persona he comprendido que la vida que hemos heredado es tan absurda que necesitamos de muchas mentiras para soportarla, que jamás podremos aprehender a nadie y esa es nuestra mayor tragedia, que no hay casualidades, y que son los pequeños momentos los que nos marcan y los que coleccionamos.