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Si la mentira me limpiaba de toda culpa, pensé alguna vez, mentiría cada vez que pudiera. Haría de la mentira mi forma de vida, pero no para beneficiarme de ella con un carro o un premio, un cargo o un apartamento, no, sino porque la mentira me había llevado a un mundo que no conocía. El robo de una caja de chocolates y mi falsa confesión habían sido los grandes detonantes de mi vida. Gracias a aquella mentira, también, conocí la parte más profunda de muchos seres humanos, porque increíblemente, ante un condenado como yo la gente se abría, se desnudaba. Era como si un pecador no tuviera la capacidad de juzgar. Entonces se creaba un juego de caídos en la derrota del que surgían uniones más profundas que las que podían producirse en la victoria, en el éxito.
Luego comprendí que de los derrotados también debía cuidarme, y que los mentirosos no distinguían entre mentirle a una o a otra persona. No obstante, también fui aprendiendo que como yo, eran bastante honestos en su mentir. De una u otra manera y por distintas razones, ellos y yo necesitábamos mentiras. Creer en algo. Darle sentido a nuestros días, así nos engañáramos y lo supiéramos. El arte era mentira, por ejemplo. Mentira consciente, pero mentira, una de las más valiosas de todas las mentiras. Los libros mentían, no hacían otra cosa que mentir, muy a pesar de que estuvieran investidos de credibilidad. Tenían credibilidad en la mentira, y precisamente eso los volvía arte. Ni hablar de los dioses, sus representantes, o de los políticos y los periodistas.
Todos mentían. Unos, por ignorancia, algunos por no querer ver la realidad. Otros, por conveniencia, o por cobardía, o por curarse de sus culpas, como me ocurría a mí. Una cosa era la verdad, y otra muy distinta, mucho más profunda, era la verdadera verdad, como dijo alguna vez Harrison Ford. Las razones de cada quien. Las reales motivaciones. Durante muchos años no hice más que tratar de buscar esas verdaderas verdades de cada quien y en cada quien, y me engañé casi siempre, o siempre, por supuesto. Llevado por los personajes de algunos escritores, descritos en sus íntimos deseos, expuestos en sus más preciados secretos, he vivido convencido de que los humanos de todos los días eran así, descifrables, comprensibles. Esa, esa ha sido la más profunda de las mentiras en las que he caído, y lo más irónico es que caí por mi propia cuenta.
