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Fútbol y redención

Fernando Araújo Vélez
02 de abril de 2022 - 11:00 p. m.

Estoy a punto de comenzar a emprender una batalla perdida más, como cuando era niño y jugaba a la pelota de trapo con los vecinos del pueblo, todos mayores que yo. Mayores y tramposos, porque no hubo un maldito partido que no me ganaran con sus artimañas. Y como eran más, pues a quejarse a la virgen de La Candelaria. Si yo hacía un gol, lo invalidaban diciendo que no había entrado la pelota, que yo había hecho falta o que se había acabado el tiempo. Cuando les protestaba, se iban preguntando los unos a los otros si no era cierto lo que el primero había dicho, y, como bichos amaestrados, todos respondían que sí, que yo había hecho falta, que el balón no había entrado, que ya se había acabado el partido, hasta que me veían chillar de la rabia y sentenciaban que el juego se había terminado y se iban a sus casas, contentos y triunfantes.

Yo me quedaba sentado en el campo de batalla, rumiando mis furias y mis tristezas, aguardando a que alguien me salvara, a que se produjera el milagro de que un ser sensato me diera la razón. La verdad, ahora que lo pienso, lo que más me importaba no era ganar o no el partido, era que alguien sentenciara que lo que yo había defendido era la verdad y, por supuesto, de tantas y tantas tardes parecidas en las que la historia acababa igual, me fui llenando de rencor hacia todos aquellos cuyas trampas eran la ley, y hacia la ley que jamás era justa, o no aparecía, y hacia dios, que también se hacía el desentendido, y hacia el fútbol, pero en el fondo creía que el fútbol también podía ser mi gran herramienta de venganza. Por eso seguí, y seguía y seguía, y regresaba todas las tardes al peladero de la Marrunga, en San Juan Nepomuceno, y me prendía en los picados con aquellos tipejos, convencido de que más tarde o más temprano los iba a derrotar en mi ley y con mis honorables armas.

Sobra decir que por eso me la pasaba entrenando con una pelota de caucho de letras en alto relieve casi del tamaño de un balón de fútbol, y le daba y le daba contra un muro que quedaba cerca de mi casa para aprender a pararla, a pegarle con la izquierda, a dejarla dormida bajo los pies. Incluso, narraba en voz muy alta mis jugadas, y me imaginaba en un estadio repleto de gente que coreaba mi nombre cada vez que hacía una gran jugada, o cuando hacía un gol en el último segundo de un juego determinante. El fútbol era mi salvación y lo fue siempre, y desde niño lo percibí rodeado de una especie de aura sagrada, aunque en el camino de mi redención tuviera que toparme con gente a la que solo le importaba ganar, y el resultado, la meta y eso que llaman éxito.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

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Eugenio(20023)03 de abril de 2022 - 04:17 p. m.
genial como siempre....
Helbert(09908)03 de abril de 2022 - 12:29 a. m.
Hace un buen tiempo leo sus artículos. Muchas veces los siento como un soliloquio. Pocos se atreven a comentarlos. En el de hoy imposible callar. La identificación es total.Solo que hemos comprendido que el exito es distinto para nosotros. Un saludo!
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