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Heinrich Böll y las opiniones de un payaso

Fernando Araújo Vélez

12 de octubre de 2025 - 06:30 a. m.

Fue prisionero en Francia y Bélgica durante la Segunda Guerra Mundial. Le huyó a la muerte y por momentos creyó que la había vencido, pero terminó por comprender con el fallecimiento de un hijo que la muerte siempre terminaba por ganar, entonces escribió que la poesía era “esa impresión de estar siempre en contacto con la muerte”. Él escribía poemas o borradores de versos de niño en la escuela elemental de Köln Raderthal, y más tarde, en la adolescencia, mientras estudiaba el bachillerato en la secundaria de Colonia y la mayoría de sus amigos y compañeros se hacían miembros a la fuerza o por novedad de las juventudes hitlerianas de Colonia.

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Heinrich Böll dijo una y mil veces que siempre sintió aversión por la violencia, y durante toda la vida luchó contra ella. Prefería trabajar en la fábrica de maderas de su familia o en la biblioteca de su barrio y jugar en serio a que escribía y tachaba y volvía a escribir. Sin embargo, en tiempos del nazismo, tuvo que irse a un campo de trabajos forzados como requisito para matricularse en la universidad y estudiar filología, y cuando ya lo tenía todo en regla, fue reclutado por las fuerzas armadas unificadas de Alemania, la Wehrmacht. Fue a Polonia, Francia, Rusia. Disparó, le dispararon. Odió y fue odiado.

En los campos de batalla se enteró de la muerte de su primer hijo, y al final de la guerra se devolvió a Colonia, donde había nacido en diciembre del 17. Trabajó en lo que pudo, escribió en las noches y más de una vez en las madrugadas, vivió con cartas de racionamiento para él, su esposa, Annemarie Böll, y su hijo Raimond, levantó la vieja casa de su familia, derruida por los bombardeos, habló y escribió contra los guerreristas, contra los dioses, contra los sacerdotes, y en 1948 le publicaron su primera novela, “El tren llegó puntual”. Desde entonces, siguió inmerso en sus escritos y logró vivir con su familia de sus derechos de autor.

A principios de los 60 lo buscaban los académicos, los marginales, los diplomáticos, los políticos y los intelectuales para que hablara a favor de ellos y en contra de sus adversarios. Unos más, unos menos, todos celebraban lo que tuvieron a bien llamar “el milagro alemán”, la reconstrucción física del país luego de la guerra y del nazismo. Böll no festejó nada, sencillamente porque consideraba que las reconstrucciones debían ir mucho más allá de los ladrillos y el cemento. Terminó de escribir “Opiniones de un payaso”, y allí, en la voz de su protagonista, Hans Schnier, dejó constancia en tono medio y en medio de silencios de casi todo aquello que le repugnaba.

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Cuando un sacerdote amigo de la familia le preguntó qué le ocurría, en quién se había convertido, él le respondió: “Soy un payaso y colecciono momentos”.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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