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Identidad: violencia

Fernando Araújo Vélez
25 de septiembre de 2022 - 11:00 a. m.

De alguna manera, con ese fútbol detrás del fútbol que se comenzó a formar en Colombia por allá en los años 40 del siglo pasado, uno podría empezar a concluir que su identidad ha estado marcada y atravesada siempre por la violencia, y que fue esa violencia, en todas sus dimensiones, la que no permitió que el juego, el fútbol de la pelota en sí, tuviera una identidad clara, pues en lugar de debates serios y profundos, hubo conveniencias y negocios que derivaron en cientos de muertes. La urgencia del dinero siempre fue más importante que el juego y, por ende, que los jugadores, que los técnicos, los análisis y la formación de divisiones inferiores, y decididamente, mucho más importante que los proyectosa largo plazo, y cuando hubo algunos, como los de Maturana y Hernán Darío Gómez en los 80 y 90 con Nacional y la selección de Colombia, fueron bombardeados por intereses muy particulares y muy inmediatos.

Haber traído con pagos por debajo de la mesa a Alfredo Di Stéfano, a Rossi, Pedernera y Cozzi, y luego a Valeriano López y Guillermo Barbadillo, por citar solo unos cuantos, fue violencia. Fue Colombia. Haber permitido que la cultura del triunfo a toda costa, y la cultura de los nombres por encima de los procesos se instalaran en el fútbol colombiano en los 60, fue violencia, y fue violencia armar campeonatos con los mismos equipos todos los años, sin ascensos ni descensos, y fue violencia pagarles a los extranjeros que llegaban a terminar sus carreras en dólares, mientras a los de acá les pagaban en pesos, si era que les pagaban. Fue violencia, después, haber armado el relato de la época de El Dorado y decirles a los hinchas que los equipos de aquellos tiempos eran los “mejores” del continente, y alguno, como Millonarios, el “mejor” del mundo, aunque ninguno lo hubiera demostrado en una cancha.

Fue violencia, años más tarde, callar los rumores que empezaban a circular sobre sospechosos personajes con sus extraños dineros que empezaban a entrar al fútbol, y fue violencia decidir en camufladas reuniones que los periodistas solo hablarían o escribirían sobre lo que ocurriera en el verde césped, mientras mataban a un árbitro, a algunos periodistas, a unos cuantos dirigentes, y en mayúsculas, al fútbol. Fue violencia ir comprobando que los clásicos de fútbol eran en realidad clásicos de carteles, y fue violencia gritarlo y que la respuesta fuera silencio, y a veces amenaza y silencio. Fue violencia vender al fútbol colombiano como candidato al título de la Copa del Mundo del 94, y fue violencia que la discusión entre los colombianos fuera cómo prevenir las cien o más muertes que había dejado la victoria sobre Argentina del 5 de septiembre del 93, en lugar de, por lo menos, lamentarlas.

Fue violencia desgarrarse y solo desgarrarse cuando asesinaron a Andrés Escobar, y fue violencia seguir igual que antes, con los mismos personajes y los mismos dineros, y vender humo, ilusiones, y comprar ese humo y tantas ilusiones, y ha sido violencia comprobar que los que van acabando con el fútbol son los mismos que viven del fútbol, y que el silencio continúa.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

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