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El Caminante

Increíblemente perfectos

Fernando Araújo Vélez
11 de marzo de 2023 - 11:00 p. m.

Cada día voy entendiendo más que lo humano, con todas sus consecuencias y posibilidades, ha sido, es y será el antídoto contra el ideal de las máquinas al que nos han ido sometiendo y, por eso mismo, cada día me convenzo más de que la creación, la autenticidad, el arte y la obra, la inteligencia con sus intrincados e imprevistos caminos, son el gran antídoto de la humanidad contra la inteligencia artificial, ahora que nos bombardean con textos, fotos, películas y pinturas hechas casi a la perfección, pero sin ese toque de imperfección que se requiere para que una obra sea creíble, porque muy en el fondo, tal vez ese sea el quid del asunto: la credibilidad, y la credibilidad, pienso yo, es enemiga declarada de la perfección, pues la perfección definitivamente no es humana.

Muy a pesar de que a diario uno ve pancartas, afiches y promociones que venden la perfección de un rostro, del cuerpo, del arte o de un automóvil, o incluso de la vida, esa perfección es imposible de lograr, comenzando porque somos nosotros mismos los que la definimos, y luego, los que la calificamos, y desde nuestra imperfección, desde nuestros errores, es imposible saber si algo es perfecto, para no hablar de nuestra imposibilidad de crear perfección. Somos humanos y lo humano. El intento de crear y el error. Pese a los manuales de perfección que se multiplican, más allá de quienes se consideran perfectos, y de todos los dioses, el concepto de perfección también es humano y, por lo tanto, susceptible de caer en el error, y por fortuna, porque gran parte del sentido de la vida es ir en busca de, y no llegar jamás.

“Más que maquinaria, necesitamos humanidad”, decía Charles Chaplin hace ya casi un siglo. Él era lo humano que se enfrentaba a la proliferación de máquinas que amenazaban con arrasar los trabajos y las vidas de millones y millones de empleados, y también era el error. Sin errores no habría existido Charlot. Sin errores, Picasso, Stravinsky, Virginia Woolf, Hermann Hesse o Pablo Neruda y todos los etcéteras que queramos no habrían construido sus obras. Sin el error que lo lleva a uno a romper en pedazos lo que ha hecho y volver a comenzar, a insistir y caer y levantarse y armar universos en la mente y desarmarlos en un segundo para seguir y continuar una y otra y otra vez, no tendríamos la mínima oportunidad de luchar contra las inteligencias artificiales.

Seríamos perfectos, sí, increíblemente perfectos, y por perfectos e increíbles, no tendríamos ya nada que ofrecer, nada que crear, nada que descubrir.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.Faraujo@elespectador.com

 

Juan(3racf)14 de marzo de 2023 - 01:34 a. m.
Maravilloso.
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