“Entonces debes escribir”, le dijo una noche de septiembre de 1864 Apollon Grigoriev a Fedor Dostoievski, luego de una conversación que se había iniciado a la una de la tarde y que se había centrado en la muerte dos meses antes de Mijail, el hermano mayor del escritor, y en la novela “Memorias del subsuelo”, publicada en abril, un extenso diálogo que Dostoievski comenzó a escribir como reo en Siberia, luego de que el zar Nicolás I conmutara su pena de muerte a pocos minutos de que se ejecutara, en un acto de bondad y comprensión que en realidad pasó a la historia como un simulacro de bondad y comprensión. El zar había perseguido a Dostoievski y a sus cómplices por haber hecho parte del círculo de Petrashevski, un grupo de idealistas que se oponía a su gobierno y criticaba su lema, “Autocracia, Ortodoxia, y Nacionalidad”.
En 1849, cuando Dostoievski era un reputado autor que para Gregoriev había marcado un antes y un después en la literatura rusa por su novela “Pobres gentes”, la policía del zar lo detuvo y un juez lo sentenció a la pena capital. Según Henri Troyat, el día de la ejecución le comentó a uno de sus compañeros de presidio que estaba feliz pues se le acababa de ocurrir la idea para un cuento. Más allá de que aquella historia fuera cierta o no, Dostoievski tomó miles de apuntes mientras conocía lo más perverso e insensible de la condición humana en Siberia, y de aquellas notas surgieron “La casa de los muertos”, “Memorias del subsuelo” y varios de los personajes y de las ideas que han vivido entre las páginas de “Crimen y castigo”, “Los hermanos Karamazov” y “Los demonios”, sus novelas posprisión.
Cuando retornó a la sociedad y a los círculos literarios, fundó con su hermano Mijail las revistas “Tiempo” y “Época”, y allí conoció realmente a aquel Apollon Grigoriev crítico, enamorado de los gitanos y su música, guitarrista y poeta, periodista y dramaturgo, que había hablado tan bien de “Pobres gentes”, con quien conversó, discutió y escribió, y a quien describió como “tal vez entre todos los contemporáneos el más ruso de los hombres, como temperamento (no estoy diciendo como ideal, se entiende)”. Grigoriev se definía como “el último romántico”, y en palabras de Joseph Frank, autor de cinco libros sobre la vida y la obra de Dostoievski, sus rasgos “quedaron encarnados en el no menos tumultuoso y sorprendentemente poético Dimitri Karamazov”.
Grigoriev murió unos días después de aquella charla con Dostoievski, quien luego dijo y repitió que había sido una gran influencia en su vida y sus libros. “Entonces debes escribir”, le retumbaba en la cabeza una y otra y otra vez, y se le repetían las teorías de Gregoriev sobre el arte como absoluta salvación en la vida contra las tesis de los utilitarios radicales revolucionarios de mil ochocientos y tantos, y su poema sobre “la loca felicidad del sufrimiento”. Y escribió, por supuesto, y plasmó de ‘felices y locos sufrimientos’ a los Raskolnikovs, Stavroguins y Karamazovs de sus últimas novelas.