La soledad, múltiples migajas de dignidad y una inmensa suma de triunfos, la gran victoria de sacar a pasear a todas nuestras infinitas personalidades, y con algo de imaginación, charlar con ellas y sobre ellas e ir encontrando las que jamás habíamos visto, la que permaneció oculta por tantos años o la que callaba simplemente porque tenía la razón pero no tenía el arrojo de callar a las otras. La soledad, lo auténtico, lo realmente auténtico, y evocar a cada tanto a Diógenes cuando decía “busco un hombre”, y ser al menos un segundo al año ese hombre que se mira a un espejo y se va descubriendo todos los días más él, menos contaminado, más puro. Ni bueno ni malo según los designios del otro y de todos los otros, ni de los mandamientos de Dios o del Mercado ni de los nuevos dioses de la tecnología, solo él.
Él, su soledad, su desnudez, su pasado, su posible futuro y el sinfín de cadenas que fue aflojando y se fueron cayendo con los días, cadenas a las que algún día llamó amor, cariño, afecto, y cuyo eslabón más fuerte era la dependencia. La soledad, ser uno y ser capaz de ser uno, pese a los siglos de siglos de manuales, órdenes e instrucciones, y al peso cada día más venenoso de la aprobación. La soledad, una elección, la fortaleza de ser coherente con esa elección y la sagrada voluntad de atreverse a escuchar y a escucharse, en el silencio, pese al silencio y más allá del silencio, y después decirse lo que no se había atrevido a decir y lo que sí. Y cantar, y bailar, escribir, declamar, leer o mirar a la nada por el simple gusto de hacerlo, sin que importen los tropezones, las faltas de ortografía, desafinar o perder el ritmo.
La soledad. Estigmatizada, marginada, tergiversada, excluida de las ecuaciones de la felicidad promovidas por los promotores del capital. La soledad, el juego de ser dios o demonio en ella, con ella, y pecar o redimirse e inventar un dios que sea un poco demonio y viceversa y ser testigo de sus conversaciones y sus milagros, y por ahí, en una pausa, preguntarle a uno cuál fue el amor con el que nos amó, cómo fue, y al otro, cuál de tantos fue el pecado por el que nos condenó.