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La vida en unas cuantas libretas

Fernando Araújo Vélez

25 de noviembre de 2023 - 09:10 p. m.

Una libreta. Un día llegué a la conclusión de que mi vida, o las partes más espontáneas, sinceras y crudas de mi vida, estaban sintetizadas en las hojas ya arrugadas y amarillentas de unas cuantas libretas, y de que aquellas libretas me decían mucho más de mí y de tantas otras cosas, que todos los objetos que me habían regalado, que logré comprar o que cambié por algún libro o un cenicero a lo largo de los años. De una u otra manera, en los garabatos, las anotaciones, las cuentas, los números y los dibujos que había plasmado hoja tras hoja, día tras día y en tantos años, estaban mis más profundas dudas y deseos, y también, por supuesto, aquellas transformaciones que había vivido, mis pensamientos en un tiempo y en otros, y uno que otro acto que en voz alta, alejado de aquellas libretas, me negaba a aceptar.

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En aquellas hojas medio percudidas y casi transparentes, aparecía un día, brincando desde un papel, a punta de gritos, vociferante, el adolescente rosa enamorado del amor, y al otro, un tipejo de 20 años convencido aún de que existían la justicia, la bondad, la literatura, la música o el periodismo como absolutos, y hojas más adelante, el adolescente y aquel tipejo de veinte se cruzaban con el que años más tarde decía, sentenciaba, escéptico y herido pero libre, que no había ni arte ni literatura ni justicia ni amor ni periodista, sino artistas y escritores y enamorados amantes o justicieros o simples y llanos periodistas, y que por eso y solo por eso, podíamos empezar a ser lo que quisiéramos cuando lo decidiéramos, sin pedirle permiso a nadie, sin necesitar de manuales que nos marcaran un camino y sin esperar a que algún mágico duende nos insuflara algo de genialidad.

Allí, entre trazos, círculos, líneas un poco borrosas y una infinita variedad de puntos seguidos, estaban eternizados algunos personajes que ya había olvidado, y unos tres o cuatro amores platónicos que por ser platónicos jamás se me derrumbaron. Y había gatos. Uno, negro, otro beige, uno gris, y un perro de la calle que jamás murió, de bigotes largos y desordenados, y decenas de dibujos del caballo que me ayudó a transitar mi infancia y me dio las primeras lecciones de lealtad y generosidad de mi vida.  Había canciones, partes de canciones, frases sueltas, ensayos de poemas, ideas para un cuento o para algo más, pequeños ritos por cumplir y caminos por recorrer, y varios, muchos borradores de cartas que chorreaban patetismo y que por fortuna jamás dejé en ningún buzón.

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Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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