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Las razones y el corazón de Blaise Pascal

Fernando Araújo Vélez
06 de julio de 2025 - 11:10 a. m.
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La noche cerrada del 23 de noviembre de 1654, “el año de gracia”, como lo llamó, Blaise Pascal llegó hasta la abadía de Port-Royal des Champs, en el valle de Chevreuse, luego de andar un largo camino y de pensar, una vez más y de nuevo, en la vida y su vida y en tantos y tantos y “definitivos” cambios que había vivido, a veces por aquel destino que era un eterno manojo de interrogantes, quién era él, para qué vivía, de dónde venía y hacia dónde iría, a veces por la razón, que para unos prácticamente no existía, y para otros solo existía y no había más nada que razón y razones para el ser humano y el universo. Desde el púlpito de Port Royal, el abad, M. Singlin comenzó a hablar, y él empezó a sentir una “renunciación total y dulce”.

Tres horas más tarde, escribió un memorial sobre aquella noche que cosió al forro de su abrigo y en el que entre otras cosas decía: “Esta vida es la vida eterna; que te conozcan como sólo verdadero Dios, y a aquel que has enviado, Jesucristo. Jesucristo, Jesucristo. No me separé de él; le huí, le negué, le crucifiqué. Que no me separe de Él ya jamás”. Un año más tarde, Pascal tocó a la puerta del abad Singlin y le dijo que quería retirarse del mundanal ruido y que había renunciado “a todo placer y a toda superficialidad”. Hasta tal punto era un hombre de extremos, que por lo mismo sabía lo que eran los extremos, que un día decidió prescindir de las escobas de su habitación, pues las consideraba parte de un mobiliario, y por lo tanto, de un lujo.

Por aquellos tiempos, recluido, atacado por los dolores que lo llevarían a la muerte, en 1662 y recién cumplidos los 39 años, escribió y siguió escribiendo, bien fuera de cálculo infinitesimal, de geometría, del peso y la condensación del aire y de la presión barométrica, como decía, para soportar sus distintos dolores, o sobre Dios, la fe y las dudas, la razón y el corazón, el amor y sus pasiones y los espíritus “de sutileza”, para acercarse a la salvación eterna. Nietzsche lo condenó doscientos años después y dijo de él, “¿Qué es Pascal? Un hombre que no soporta la vida y que se refugia en Dios porque no es capaz de ser hombre”. Voltaire lo lo describió como “misántropo sublime” y Descartes, según Pablo Archambault en su obra “Pascal”, lo envidiaba.

La historia lo recordaría por sus descubrimientos científicos, e incluso sus seguidores lograrían que la medida de la presión atmosférica llevara su nombre. Más allá de la ciencia, trascendió por una frase, “El corazón tiene razones que la razón ignora”, que posiblemente fue un resumen que hizo su hermana Jacobina de sus escritos sobre razón y corazón.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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alexandrs Navarrete(m841l)08 de julio de 2025 - 12:07 a. m.
Los que escriben sobre la historia de otros son suaves cuando se trata de hombres, si hubiese Sido la vida de una mujer habrían escrito que la "pobre mujer atormentada" o sea, que era loca y que para cuidarla la habrían enclaustrado en un convento por su bien. Tanto la historia como las biografías son parcializadas.
Juan Slacker(jrrg7)07 de julio de 2025 - 03:18 a. m.
Pascal es igual a Newton sobre metro cuadrado.
Mar(60274)06 de julio de 2025 - 11:21 p. m.
Excelente columna. Si hubiera sido mujer habrían dicho que estaba loca.
Win(76151)06 de julio de 2025 - 06:14 p. m.
Excelente !
Camilo Sanchez Espejo(3yl69)06 de julio de 2025 - 05:29 p. m.
Excelente Fernando
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