Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
La noche cerrada del 23 de noviembre de 1654, “el año de gracia”, como lo llamó, Blaise Pascal llegó hasta la abadía de Port-Royal des Champs, en el valle de Chevreuse, luego de andar un largo camino y de pensar, una vez más y de nuevo, en la vida y su vida y en tantos y tantos y “definitivos” cambios que había vivido, a veces por aquel destino que era un eterno manojo de interrogantes, quién era él, para qué vivía, de dónde venía y hacia dónde iría, a veces por la razón, que para unos prácticamente no existía, y para otros solo existía y no había más nada que razón y razones para el ser humano y el universo. Desde el púlpito de Port Royal, el abad, M. Singlin comenzó a hablar, y él empezó a sentir una “renunciación total y dulce”.
Tres horas más tarde, escribió un memorial sobre aquella noche que cosió al forro de su abrigo y en el que entre otras cosas decía: “Esta vida es la vida eterna; que te conozcan como sólo verdadero Dios, y a aquel que has enviado, Jesucristo. Jesucristo, Jesucristo. No me separé de él; le huí, le negué, le crucifiqué. Que no me separe de Él ya jamás”. Un año más tarde, Pascal tocó a la puerta del abad Singlin y le dijo que quería retirarse del mundanal ruido y que había renunciado “a todo placer y a toda superficialidad”. Hasta tal punto era un hombre de extremos, que por lo mismo sabía lo que eran los extremos, que un día decidió prescindir de las escobas de su habitación, pues las consideraba parte de un mobiliario, y por lo tanto, de un lujo.
Por aquellos tiempos, recluido, atacado por los dolores que lo llevarían a la muerte, en 1662 y recién cumplidos los 39 años, escribió y siguió escribiendo, bien fuera de cálculo infinitesimal, de geometría, del peso y la condensación del aire y de la presión barométrica, como decía, para soportar sus distintos dolores, o sobre Dios, la fe y las dudas, la razón y el corazón, el amor y sus pasiones y los espíritus “de sutileza”, para acercarse a la salvación eterna. Nietzsche lo condenó doscientos años después y dijo de él, “¿Qué es Pascal? Un hombre que no soporta la vida y que se refugia en Dios porque no es capaz de ser hombre”. Voltaire lo lo describió como “misántropo sublime” y Descartes, según Pablo Archambault en su obra “Pascal”, lo envidiaba.
La historia lo recordaría por sus descubrimientos científicos, e incluso sus seguidores lograrían que la medida de la presión atmosférica llevara su nombre. Más allá de la ciencia, trascendió por una frase, “El corazón tiene razones que la razón ignora”, que posiblemente fue un resumen que hizo su hermana Jacobina de sus escritos sobre razón y corazón.

Por Fernando Araújo Vélez
