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Louis Germain, el maestro que marcó a Albert Camus

Fernando Araújo Vélez
16 de febrero de 2025 - 11:10 a. m.
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Pocos días después de cumplir 11 años, cuando su abuela y su madre y su hermano intentaban convencerlo de que comenzara a trabajar porque hacía falta la plata, porque la comida escaseaba y el futuro era incierto y en su casa vivían al día o menos que eso, Albert Camus le comentó sus penas y su no futuro a Louis Germain, un profesor del Liceo Bugeaud de Argel que le prometió que le iba a conseguir una beca y lo convenció de que siguiera estudiando. Camus era entonces un niño de la calle y por la calle, los zapatos rotos, el pantalón corto deshilachado, la camisa desteñida, las tirantas de su padre, muerto en la Primera Guerra Mundial, recosidas y vueltas a coser.

Jugaba al fútbol cuando podía, casi siempre de portero para no gastar mucho la suela de sus zapatos, y jugando al fútbol conoció la moral de los humanos y parte de la vida, “Pronto aprendí que la pelota nunca viene hacia uno por donde uno espera que venga. Eso me ayudó mucho en la vida, sobre todo en las grandes ciudades, donde la gente no suele ser siempre lo que se dice ‘derecha’”. En las noches se acercaba a las lámparas de los parques para leer. En las mañanas, buscaba a su profesor para caminar a su lado, callar a su lado y hablar de tanto en tanto. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, Germain se alistó en el ejército y le dejó una carta.

Pasados 12 años del final de la guerra, y muchas idas y vueltas y conflictos y luces y oscuridad, Camus recibió el Nobel de literatura. En la sesión de entrega en Estocolmo, a finales de 1957, recordó a su maestro con un breve texto en el que le decía: “No es que dé demasiada importancia a un honor de este tipo. Pero me ofrece por lo menos la oportunidad de decirle lo que usted ha sido y sigue siendo para mí, y de corroborarle que sus esfuerzos, su trabajo y el corazón generoso que usted puso en ello continúan siempre vivos en uno de sus pequeños escolares, que, pese a los años, no ha dejado de ser su alumno agradecido”.

Luego comenzó a escribir “El primer hombre”, una novela inconclusa que se publicó 34 años después del accidente que acabó con su vida, en enero de 1960. En el maletín que llevaba estaba el manuscrito, que era un viaje hacia su infancia, hacia sus miradas de origen y hacia las lecciones de Germain, porque con él y en sus clases, los niños “sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se les juzgaba dignos de descubrir el mundo”.

Fernando Araújo Vélez

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com

 

Néstor Raúl Ramírez Moreno(60086)22 de febrero de 2025 - 08:54 p. m.
Excelente artículo.
Chirri(rv2v4)18 de febrero de 2025 - 11:14 a. m.
Gracias, viejo man, Sus notas son de emplear a fondo la delicia.
Chirri(rv2v4)18 de febrero de 2025 - 11:12 a. m.
Vea pues qé vaina, ¡no me publican mis comentarios!!!
Chirri(rv2v4)18 de febrero de 2025 - 11:12 a. m.
Vea pues qé vaina, ¡no me publican mis comentarios!!!
Chirri(rv2v4)18 de febrero de 2025 - 11:09 a. m.
Siguiendo con la biblia: N tanto imprimir, pero si encuadernar textos, a los que les daban la mermelada. de ¡ sagrados! para que se vendieran ni pan caliente, o para poder pasar con mercancías. Y el negociado de los escribas, de entonces, quedó hasta quien sabe cuando. PERO QUE VA: ese cuento ya pasó de moda, ahora, con el celular, la vaina es menos doctrinal y, más babasa tecnológica.
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