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Volvimos a ser cifras

Fernando Araújo Vélez

23 de agosto de 2020 - 06:57 a. m.

Pasó el miedo. Pasó el levantarnos con el cuchillo en la garganta. Pasaron las angustias, la incertidumbre que nos llevó a buscar soluciones y a seguirlas buscando porque no las había. Pasó la gran crisis, y pasó también la gran depresión. Por unos cuantos días, y semanas, no tuvimos a quién echarle la culpa de nada. Todos éramos culpables, todos estábamos en riesgo, y por lo mismo, todos podíamos naufragar en la misma barca, y en esa barca y por momentos, intentamos darnos la mano. Hablamos de solidaridad y creímos en la solidaridad. En la generosidad. Hablamos del otro, de los otros, y pensamos que por fin habíamos comprendido que el bien del otro y de todos los otros era nuestro propio bien y viceversa. Nos dimos golpes de pecho y juramos que si salíamos de aquello con vida, ya nunca íbamos a ser como antes.

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Hicimos miles de promesas y nos levantamos todas las mañanas convencidos, cada vez más convencidos, de que el futuro no podía estar marcado por la competencia, por la vanidad, por el destruir al otro para sobresalir, por el comprar como locos y aparentar como actores de telenovela. Nos dimos cuenta de que el gran capitalismo, con todas sus consecuencias y sus herencias, nos había destrozado, y lo más grave era que no nos habíamos percatado de ello. Tan inmersos estábamos en aquella vida, que no tuvimos ni tiempo ni espacio ni voluntad de mirarnos desde afuera, con perspectiva. Éramos el centro del mundo, y sobre todo, creíamos que el mundo giraba a nuestro alrededor. Por eso lo envenenamos en aras del progreso, y con el pretexto de preservar a la humanidad, sin considerar siquiera que la humanidad era un invento que había fracasado.

Pero pasaron los días. La crisis se hizo rutina, muy a pesar de que las víctimas aumentaban día a día. La rutina nos devolvió a viejas, o no tan viejas tranquilidades, y en la tranquilidad, empezamos a recordar, a volver a ser los de antes. A sacar provecho del dolor. A utilizar a nuestro favor cuanto decreto de emergencia se emitió. A ir por el atajo y al “todo se vale”. Sin ningún respeto por la vida, como siempre en nuestra colombianidad, hicimos negocios con el diablo y la muerte de por medio, poniendo cara de pésame, por supuesto. Nos lucramos. Le subimos los precios a todo. Cobramos venganzas por mano propia. Arrasamos. Volvimos la letra menuda de cuanto contrato hubiera nuestra biblia, pues como estábamos en estado de excepción, todo se podía, y creamos mafias del virus, y el virus se multiplicó, multiplicando nuestros ingresos con cada contagio, con cada muerte, respirador, tapabocas y demás.

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Al final, todo terminó siendo una cifra, y nosotros mismos volvimos a ser cifras, viviendo y actuando como cifras.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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