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Ayer cantaba “Me equivoqué contigo”, como aquella ranchera de José Alfredo Jiménez, aunque visto bien, al final no me quedó otra que decirle gracias a la vida o a quien fuera por tantas equivocaciones. Gracias por el error, por la derrota. Incluso, por las mentiras. Gracias por el vacío en el que quedé, porque de allí, del vacío y la nada, no tuve más remedio que salir. O salía o me quedaba para siempre ahí, sin que importara mucho si el mundo era injusto, si no era como yo quería o como yo lo merecía, si uno o demasiados o todos tenían la culpa de mi caída, si era un incomprendido, si lloraba o me lamía las heridas. Y salí, sí. Más que salir, rescaté que fui capaz de salir, y que cada piedra que superé y cada paso que di me llevaron a comprender, y la comprensión me llevó a fortalecerme un poco.
Salí, y en mi salida, entre tantas piedras y tantos pasos, fui consciente de que no era que me hubiera equivocado con ningún “contigo”. Era que me había equivocado yo. Y me había equivocado “a lo macho”, para retomar la ranchera. Me había equivocado al creer que alguien, o algo, un cambio de mundo y de constitución y de leyes, podrían solucionarme la vida. Me había equivocado por ser tan débil de buscar en los amores, o en lamentos y peticiones o en la violencia o en los mandamientos o lo que fuera un sentido de vida. Me había equivocado al suponer y exigir que alguien debía poner el mundo a mis pies sólo por haber nacido, y pretendía caminar sobre alfombras rojas pues lo único que buscaba, que mendigaba, era que me regalaran un poco de aprobación.
Y me equivoqué, también y más que nada, al creer que necesitaba esa aprobación. La verdad fue que me dejé llevar por las mediciones tan de moda, por los likes y las manitas felices y los corazones, y no comprendí a tiempo que todo eso no era, no podía ser lo que dictaminaba si algo era “bueno o malo”. No podía ser la moral de nuestro tiempo, aunque se hubiera convertido en eso. Me equivoqué, olvidé que alguna vez había entendido que el camino tenía que ser conmigo y hacia mí, y lo olvidé por temor a que me lincharan los linchadores de profesión por ingenuo e idealista. De nuevo, la aprobación, o la desaprobación, las dos caras de una misma moneda, algo así como cuando digo “me equivoqué contigo”, cuando en realidad es me equivoqué conmigo.
