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Hay un país que califica de populista y de oportunista la opción de que haya cadena perpetua para violadores, narcotraficantes, y al paso que vamos, para mil delitos más, y un país que promueve esas medidas y las avala y aplaude, del presidente hacia abajo, y hay por ahí dos locos que se preguntan cuándo y por qué la condena, la sangre, la muerte, el castigo más cruel acabaron siendo populismo, y cómo esos dos países, el que califica y el que aplaude, no se dan cuenta de que si una medida así es populista, significa que estamos en un país que sólo quiere sangre, y definitivamente olvidó que una parte esencial del espíritu de la Justicia es la redención de los pecadores, por llamarla así. O era. “Que los demás pueblos observen la letra de la ley, observemos nosotros su espíritu y su esencia para la regeneración de los caídos”, decía Dostoievski en una de las últimas páginas de Los hermanos Karamazov.
Hubo un tiempo en el que populismo era regalar comida o máquinas de coser, o subir el salario mínimo. Incluso, ofrecer conciertos en plazas públicas. Y hay un tiempo, el de hoy, que es castigar, sólo castigar, y al látigo lo llamamos populista. Aquellas ideas de Dostoievski sobre la regeneración de los caídos, y sobre que era preferible dejar cien culpables sueltos a culpar a un solo inocente pasaron de moda, en el espíritu y en la letra, para tomar prestadas sus palabras. Pasaron de moda y ya ni siquiera se discuten, y quien las recuerda, y las vuelve a poner sobre la mesa, los locos de por ahí, serán tachados de ingenuos y de inocentes, que son algunos de los términos-armas actuales con los cuales se atacan y se proscriben los valores que marcan la diferencia entre los humanos y los que no lo son. Entre los que creen que un error, a conciencia o por pasiones, no debería significar la muerte en vida y de toda la vida de un criminal, y los que lo matan en vida por su error.
Porque puestos a profundizar, y a desgarrarnos, todos somos responsables de todos y de casi todo. El que plagió, el que mató, el que robó, lo hicieron precisamente porque todos nosotros, la sociedad, los llevamos al delito, o por educación o por falta de ella. Por lo que les mostramos en los medios, o por el ejemplo que les dimos, o por lo que dijimos en la calle, o por el odio que les fuimos inoculando, o por los valores que eliminamos en nuestro diario vivir para y por el éxito. Todos nosotros, la sociedad, les señalamos el camino, por acción o por omisión. Los acorralamos, los humillamos, los despreciamos y luego los vomitamos. Y volverán a delinquir, porque si lo importante es el castigo y la cadena, la sangre, solo rumiarán venganza, que es lo único que les hemos mostrado.
